Capítulo XVIII. Latente y caótico amor

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Volvió a caer inconsciente, en esta ocasión, sin ninguna clase de recuerdo ni pesadilla que perturbara su letargo. Tan solo, fue como si regresara en medio del espacio, en un viaje sin rumbo ni fin.

[...]

—No es un æsir —pronunció una voz grave y profunda.

—Es el hijo menor de Odín... —aclaró consternado. Estaba muy seguro que el ser que recogió era aquel que mató a Laufey y traicionó a Thor—. Sin duda es él, mi señor...

Sin bajar de su trono observó desde arriba a la criatura que The Other había traído ante él.

—Muéstrame su rostro —ordenó con gesto despectivo—. ¿Cuál es su nombre?

—Loki, Loki Odinson —respondió tomándolo de la barbilla y alzando su cabeza que antes caía inerte sobre sus hombros.

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Sus pasos resonaron en el estrecho y largo pasillo, fuera la luz de las estrellas iluminaban el castillo, dentro la luz de candelabros; avanzó sin perder el ritmo, ni lento, ni rápido, un pie por delante del otro hasta detenerse frente a las enormes puertas dobles que tenía que empujar para llegar a su destino.

Con tantos deberes, de reino en reino, no había tenido mucho tiempo para lamentar la pérdida de Loki.

No era su hermano, lo escuchó de sus propios labios y después Odín se lo confirmó. Sin embargo, que fuera un gigante de hielo, no significaba que cambiaría el hecho de que Loki fue su preciado hermano menor.

Había esperado por un momento a solas para reflexionar, para intentar entender al que una vez consideró el ser que mejor lo conocía, el que jamás lo traicionaría y el que más lo quería. En cambio, resultó que a la menor oportunidad intentó deshacerse de él, no lograba llegar a una conclusión satisfactoria cuando analizaba los últimos eventos.

En ocasiones, cuando cerraba los ojos, podía ver los de Loki brillando más que las estrellas y planetas a su espalda, gritando y pasando de él para que Odín por fin apreciara sus acciones, ignorando su mirada que no se podía despegar del rostro afligido que exponía, dirigiendo sus últimas palabras al que antes creyó su padre, y solo en el último instante cruzando la mirada con él, por fin obtuvo su atención, pero de la peor forma. No fue capaz de hacer más que verlo caer al vacío.

«No es tu hermano, lo encontré en un templo de Jotunheim, decidí traerlo a Asgard y criarlo como tu igual», había dicho Odín cuando le exigió una explicación de las palabras de Loki.

A veces no podía evitar dudar, su cabeza no terminaba de asimilarlo. Una parte de él se aferraba a la idea de que era su hermano, que era imposible que no lo fuera, casi le obligaba a mantener una postura obstinada, porque si realmente nada los conectaba, entonces un sentimiento extraño se apoderaba de él hasta el punto de confundirlo con algo más latente y caótico.

Thor en un principio había decidido ir en su búsqueda, pero no existía la posibilidad de que siguiera con vida, lo más probable, era que él también terminara por perderse. Entonces recordó una de sus pláticas con Loki acerca de un dios que a la muerte de su amada se lanzó al vacío con la esperanza de encontrarla:

—Me salté algunas partes, pero creo entiendo tu punto.

—Pensé que encontrarías algo que yo no, veo que no eres más que un mentiroso.

Excusas en tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora