Capítulo XXI. Espera siempre lo peor

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Sentía las caricias más sutiles hasta las heridas más profundas, escuchaba los susurros más lejanos hasta convertirse en gritos dentro de su cabeza; la mentira y la verdad volverse una. Todo se mezclaba en su interior hasta formar una pieza sólida, una que antes coexistió por partes durante el transcurso de los siglos, ahora, todo aquello lo volvía a experimentar en unos segundos, minutos, horas, quien sabe, pero parecía que todo iba a una velocidad absurda. Concebía de nuevo las emociones, los gestos, el movimiento, el habla, todo casi al mismo tiempo.

Y aunque ya lo había experimentado, saber que gran parte de su vida fue un teatro orquestado por Odín y por él mismo, le provocaba el triple del dolor que alguna vez abrigó; una sensación amarga que se extendía por cada célula que lo conformaba, y paralelo a ello, otra más que le provocaba Thor. Los últimos años, cuando despertó, cuando encontró a Jane Foster, y al amor que juraba estrujaba su corazón sacando lo mejor de él, uno que nunca fue capaz de igualar.

No tenía nada, lo que tanto procuró se lo arrebataron de las manos, hasta la última cosa a la que se aferró le fue negada.

Maldito destino, por más que se empeñaba en alterarlo para que todo se situara a su favor, siempre terminaba por arrastrarlo al fracaso. Por mucho que modificara los eventos, que interfería —que remplazara las piezas y volviera a montar una jugada con acciones impredecibles—, al final, todo lo conducía directo a la ruina.

Las nornas se equivocaron cuando profetizaron que tenía dos caminos; desdicha y honor. Solo tenía uno.

Quería gritar de impotencia, quería tener suficiente poder para destruir el universo, para arrastrar a todos a su abismo, ser el frío mismo y extinguir hasta la última vida; despreciaba profundamente su destino, y odiaba no poder restaurarlo. Detestaba todo lo que una vez le fue dicho, aún más su ingenuidad por creérselo. Desechado por sus verdaderos padres, no era más que una desgracia para su raza, acogido por El Padre de Todos, que aunque metió ideas en su cabeza para que lo guiara al éxito, solo consiguió lo contrario, una y otra vez, sus pasos estaban condenados a dirigirlo al mismo sitio. Por más giros y vueltas que diera, solo estaba en un laberinto donde todos los caminos y pasajes lo llevaban al centro, aunque quisiera escapar, aunque deseara salir de allí o construirse un nuevo destino, estaba condenado. A quedar solo, a no tener el lugar que deseaba, el lugar de Thor, o a Thor...

«Puedo darte lo que deseas», musitó la voz de Thanos, aquella que lo había atormentado hasta el punto de quiebre, pero en realidad, ya estaba roto desde el inicio, solo que ahora lo podía comprender claramente.

¿Qué más daba si accedía? Aunque el titán estaba muy equivocado si creía que lo convencería de hacerlo porque los dos salían ganando. Él nunca saldría victorioso, pero se arrastraría hasta el final de sus días para escapar de su destino hasta que fuese inevitable.

«Soy tu única salvación», siguió provocándolo, incitándolo, pero ya había tomado su decisión. «Solo dolerá un poco más», pronunció por última vez.

En un instante retrocedió en el tiempo y volvió a experimentar de nuevo cada sensación; cada impacto que tuvieron en él las palabras, cada colisión ocasionada en su interior por las acciones del resto. Su primer beso, su primer combate, el miedo, la alegría, la envidia, el placer, los celos, la admiración, las discusiones, el sexo. Su vida a la velocidad de la luz y de nuevo, al inicio. Sus pensamientos, el odio, el consuelo, el aprendizaje, las sonrisas sinceras y las que ocultaban crueldad; estaba en los brazos de su madre, tirado en el suelo de la fortaleza de Laufey, acostado en el regazo de Frigga, junto al trono de Odín, sentado en el diván de la biblioteca, en Vanaheim, en la tierra desolada de Svartalfheim, apresado contra un Jotun, abrazando a un elfo de luz, metido en las sábanas con Thor, atado en la nave de Thanos, corriendo por su vida y de regreso a los brazos de Farbauti.

Excusas en tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora