Capítulo IV. Un beso

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El frío metal encajándose en sus costillas le dificultaba la tarea de respirar. La atmósfera en sí no ayudaba mucho, a comparación de Asgard, el aire de Svartalfheim estaba cargado de un fino polvo que incluso sentía impregnarse en sus poros.

Con ayuda de sus piernas y brazos salió arrastrándose por debajo de la ahora destrozada nave. De las palmas de sus manos brotó una tenue luz azul que fue adquiriendo intensidad hasta ser capaz de abarcar el área suficiente para observar lo que le rodeaba. Solo había sombras que parecían alargarse en su dirección, pero quizá fuera su propio miedo el que crecía, porque ahí no estaba Thor y temía no tenerle a su lado cuando aquello que les derrumbó volviera a atacar.

Alzó uno de sus brazos para iluminar un poco más y al pasear su mirada notó algo extraño. Había una roca del doble de su tamaño, tan deforme que tuvo que observarla por un momento al creer que se trataba de algo más. Poco a poco distinguió en ella un par de ojos que le estudiaban. Su cuerpo entero se paralizó, un escalofrío le recorrió por completo y fue incapaz de apartar la mirada.

Más que una naturaleza salvaje e instintos animales, lo que Loki descubrió fue una inteligencia superior y una perversidad sin límites.

Estaba perdido, no había escapatoria ante aquel ser y saboreó con pesar su propia muerte. El sudor resbalando por su piel, el corazón bombeando sangre con tanto ahínco como si se tratara de su última encomienda y el temblor que incrementaba a cada segundo en sus extremidades.

Con movimientos felinos, lo que antes creyó era una roca, se acercó con sigilo.

No quería morir así, no quería sin antes lograr algo que le volviera inmortal, alguna hazaña buena o mala, importaba poco en ese instante, que le asegurara que en todo Yggdrasil jamás olvidarían su nombre.

Sin querer sus labios pronunciaron un último deseo: «Thor, aléjate».

«Él ya está muy lejos», le respondió aquel ser.

Carecía de boca, pero Loki entendió que no necesitaba una, su voz era el espacio mismo.

«Estoy con Thor y estoy contigo, ¿quién será el más valiente?».

No podía responder, ni siquiera podía emitir algún gemido.

«Loki Laufeyson, ¿no sabes que el conocimiento es más que poder? ¿Eres realmente digno de poseerle? Yo solo veo a un cobarde».

El frío siempre lo soportó muy bien, pero lo que sea que estuviera frente a él, parecía conocerle mejor que sí mismo y sintió la temperatura en el aire elevarse hasta resultar insoportable.

«Mata al que creíste era tu hermano, así, tú y yo podremos tener algo en común».

Aún mantenía su vista fija en aquellos ojos que proyectaban un abismo. A su alrededor todo era como brasas, el calor consumiendo y derritiendo cada una de sus partículas.

¿Matar a su hermano? No, no era su hermano. ¿Matarlo? Sí, todo sería más sencillo para él sin Thor. ¿Qué era Thor? Era una estrella para los Aesir, un dios para los mortales. ¿Para él qué era? Era...


«—¡Vete de aquí! —le gritó con rabia. Quizá no escuchó, o tal vez no le importó lo que le dijo porque fue y se sentó junto a él—. Déjame en paz. —Escondió su rostro entre sus rodillas, mientras no podía evitar frenar las lágrimas que se escurrían por sus mejillas.

—Yo también perdí, no tienes que ponerte así. —Jaló de los cabellos azabaches.

Su ira subió como vapor al cielo, elevándose hasta ser imposible frenarla o retenerla entre las manos.

Excusas en tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora