Capítulo XXIII. No quiero dejarte ir, no puedes dejarme ir

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No podía apartar la mirada del doctor, se mantenía en todo momento atento a sus movimientos. Lo observaba hacer su trabajo con diligencia, incluso, lo veía saltarse las horas de comida y desvelarse por avanzar en su investigación.

Erik Selving se había mantenido apartado de sus seres queridos, ignoraba correos y desviaba llamadas que no aportaban nada a su trabajo. Entre aquellos pocos mensajes personales de los cuales el doctor resolvió echarles un vistazo —al recordar que tenía una vida más allá de aquellas sólidas paredes del centro de investigación en el que se encontraba recluido, pero igualmente continuó sin enviar respuesta por no perder más de su valioso tiempo— había un par de Jane Foster.

Loki no necesitaba ser un experto en el tema para identificar entre líneas la decepción que estaba sintiendo aquella mujer. Thor no había regresado a su lado como prometió, y para ser honestos, le importaba poco el amorío frustrado en el que estaba anclada, ni siquiera le alegraba enterarse que la pasaba mal en la ausencia del æsir.

Ya le era difícil definir lo que estaba ocurriendo en su interior; al estar todo hecho un completo desastre y encontrarse él indiferente en medio del caos, intacto aunque el daño era evidente. No estaba en sintonía con sus propios sentimientos, mucho menos lo estaría con los de una joven dolida.

Si algo aprendió al observar por días la aburrida rutina de Selving, fue que en los humanos encontraría lo que tanto anhelaba, ellos precisaban de un dios que les diera sentido a sus vidas, y él necesitaba vidas que usar a su antojo. Era el trato perfecto.

Aunque habría deseado vidas más significativas.

Thor tenía tanta suerte y parecía no darse cuenta, él ya tenía ganada la lealtad de Asgard, de seres verdaderamente poderosos que creían en él, que le entregarían todo cuanto poseían sin pensarlo dos veces.

El hechicero también quería que creyeran en él.

Dentro de su cabeza todo estaba tan desordenado que en ocasiones dudaba de su propósito. El camino había sido despejado y aplanado para que lo atravesara sin problemas, ¿pero realmente lo quería cruzar? En los momentos de vacilación recordaba lo mucho que detestaba a Thor y Asgard por despreciar lo único bueno que tenía por ofrecer, entonces se dejaba cegar por el odio y la locura que ya invadían su alma silenciando así las voces que formulaban preguntas estúpidas. Ya no necesitaba respuestas, solo debía actuar para por fin comenzar a moverse.

• • •

—¿Todo está bien? —Se sentó a su lado y el colchón se hundió por su peso.

En el aire flotaba un olor peculiar a desinfectante.

—Madre, no necesito descansar más, ya todo está perfecto conmigo —dijo con gesto de hastío evitando la mirada de aquella quien lo crió.

Si algo odiaba era mantenerse en cama sin hacer nada y así darle oportunidad a su imaginación para que vagara sin rumbo.

Frigga sonrió para sí al recordar todas las veces que vivió la misma situación, donde tenía que recurrir a amenazas o promesas para que su hijo se mantuviera en reposo; pero Thor ya no tenía la edad para acatar sus órdenes sin rechistar, ni tenía a aquel quien siempre le ayudaba a sofocar su creciente terquedad.

—Tu hermano solía leer para ti cuando te sentías mal, ¿te gustaría que lo haga en su lugar?

Su expresión se transformó de frustración a molestia. Lo último que deseaba era escuchar de él y prefirió evadir el tema.

—Deberían dejar de preocuparse por mí, si perdí la consciencia fue porque estaba un poco cansado, no he logrado dormir bien del todo.

La hechicera lo observó unos segundos en silencio. Sabía que su hijo se había enamorado de una criatura de Midgard, que la distancia debía afectarle, pero también era consciente que aquello no se comparaba con la pérdida de su hermano.

Excusas en tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora