Capítulo 7

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Álex

— Hola bonita, ¿me echabas de menos?— su voz me causa un escalofrío de lo más desagradable.

Quiero tirar el teléfono contra la pared pero me encuentro adherida a él, y no puedo evitar quedarme a escuchar qué quiere.

— Nunca.— le suelto, fingiendo valentía.

— La nena traviesa se ha vuelto más valiente desde que está internada, vaya. —ríe, a lo que tenso la mandíbula y aprieto los dientes con fuerza.

— ¿Qué quieres? — le pregunto; conforme antes vaya a grano, antes me iré a mi cama y me cubriré con la manta hasta axfisiarme.

— Me han hablado de un tal Raúl Castro, ¿es más guapo que yo?— mis ojos se abren como platos, no es que me importe que me mencione a Raúl, directamente es que me sorprende que sepa acerca de su existencia cuando aquí en este internado estamos incomunicados.

— Es igual de gilipollas que tú, bueno, no tanto.— me corrijo.

— Vaya, supongo que ya te habrá llevado a la cama y habréis puesto en práctica el Kamasutra.— este tema me provoca arcadas— Acuérdate de mí, bonita.

— ¡Basta! — grito y me percato de que se supone que tengo que estar ya en mi habitación debido al toque de queda. — ¿Qué coño quieres? ¿A quién coño le has pagado las clases de papiroflexia, que no ha parado con los putos aviones de papel?— aunque comienzo con la voz alzada, me doy cuenta y la intento regular.

— No me ha hecho falta pagar a nadie, pero pierde la gracia si te digo quién es. — vuelve a reír— Cariño, llamo para decirte que te quiero, y que recuerdes que te hice mía; eres mía.

Mis ojos comienzan a inundarse, malos recuerdos invadiendo mi cabeza me provocan mareos.

Pongo mi mano en la pared para sostenerme.

— Olvídame— es todo lo que consigo decir.

— Tenemos una larga vida juntos, recuérdalo. Que ese tal Castro, tenga cuidado con tocar lo que lleva mi nombre, lo que es de mi propiedad. Aunque por ahora, va bien. Me alegro de que te tenga asco; las cosas así son más fáciles para mí.— silencio— Te veré antes de lo que te esperas, cielo.

Cuelgo.

Comienzo a llorar y a correr, dejando que mis piernas me conduzcan a mi habitación, o a donde ellas quieran. Ignoro el hecho de que cualquiera que me escuche, y salga, lo peor me puede ocurrir.

Pero no creo.

Lo peor ya lo pasé.

Me encuentro delante de la habitación de Raúl, mis piernas flaquean y temo que me vea así de débil.

Caigo de rodillas y comienzo a llorar aún más, pero internamente. Sin sollozos a todo pulmón.

— Raúl.— digo como si el simple hecho de mencionar su nombre, me hiciese sentir mejor y con más energía.

Me observa con preocupación y me tira del brazo para arriba. Comienzo a andar a su ritmo y llego al vestuario, dónde me obliga a enjuagarme la cara.

— ¡¿Qué demonios hacías fuera de tu habitación?! —me chilla y siento la impotencia recorriendo por mis venas.

— No me grites, por favor.— doy un respingo, y continúo aclarándome la cara.

— Estoy cansado y harto de ti.—gruñe.— ¿Es que no puedes no depender de una persona?¿Qué hubiese pasado si llego a estar durmiendo, y ni te escucho? ¿Te duermes en medio del pasillo, con estas pintas? — me señala de arriba a abajo, y se acerca para tirarme del brazo, y así conseguir que le mire.

— ¡Ay joder, que me vas a dislocar el brazo!— grito de dolor. Intento zafarme de su agarre pero él tiene más fuerza que yo.

De repente me pone un trozo cinta adhesiva en la boca y me coge en brazos. Intento llevarme la mano a la boca para quitármelo mientras grito como puedo, pero me tiene sujetas las manos con las suyas.

Salimos del vestuario y tras recorrer toda la parte principal y pasillos, llegamos a las escaleras anchas. Subimos, y la primera planta es la zona de los chicos, la mía está en la segunda.

Escuchamos pasos por delante nuestra y ambos nos quedamos sin respiración por unos instantes. Pataleo con fuerza y eso hace que Raúl reaccione y se meta en la puerta que tiene a su derecha.

Una vez dentro, me suelta y me llevo las manos a la boca para quitarme la cinta, pero pensándolo bien, no lo hago porque hace ruido.

Todo está oscuro y solo entra un hilillo de luz anaranjada por la parte baja de la puerta. Estamos en donde se guardan los productos y materiales de limpieza. Arrugo la nariz al inspirar detergente y voy a toser, pero gracias a la cinta que el estúpido este me ha puesto, no se escucha nada.

Pasan cinco minutos y me intento quitar la cinta, pero está tan pegada que no puedo hacerlo. Con un suspiro de resignación, Raúl me atrae a él cogiéndome de la cintura y noto cómo la piel se me eriza.

Solo espero que no se inmute él de mi reacción.

Poco a poco, va despegándola hasta que ya mis labios se encuentran libres. Me paso la yema de los dedos por estos y noto como se han hinchado.

—¿Qué se dice?— me pregunta en un susurro, esperando un gracias por mi parte.

—Eres un capullo.— le escupo todas las letras con ganas.

Sus ojos se fijan en mis labios, los cuales se encuentran a escasos centímetros de los suyos debido al espacio de la "habitación" o almacén, como lo llamen.

— Y tú eres insoportable.— me dice esta vez. Noto su aliento en mi cara que me provoca unas ganas de ponerme de puntillas y depositar un beso en sus labios.

Dios Álex, basta.

Agrando la distancia que nos separa echándome hacia atrás. Veo como su mandíbula se tensa y suspira.

—¿Podrías irte ya y desaparecer de mi vista?— ahora las ganas que tengo de besarle, se esfuman y lo que me apetece ahora es escupirle en toda la cara. O plantarle otro puñetazo.

Esa es la verdadera Álex.

Cuando me dispongo a buscar la manivela para abrir la puerta, tropiezo con un palo de fregona. Por suerte, no me caigo, aunque el muy imbécil de Raúl podía haberme advertido.

Me pongo de nuevo a buscarla y debido a mi tardanza, Raúl me echa a un lado y la abre él.

Primero sale él y cuando voy a hacerlo yo, sus brazos me empujan hacia dentro de nuevo y él cierra la puerta tras de sí.

Me encuentro apoyada a la pared y con la mano de Raúl en mi boca; sin duda, iba a ser difícil salir de aquí si los profesores se iban a estar levantando cada dos por tres.

Tras un par de minutos, nuestros ojos se encuentran y él aparta lentamente su mano de mi boca. Esta vez, sus ojos se posan en mis labios y después me mira a los ojos. No entiendo por qué no lo aparto, si es repugnante, pero algo dentro de mi está comenzando a latir con tanta fuerza que temo que se escuche aquí dentro.

Y cuando menos me lo espero, sus labios se unen a los míos.

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Capítulo 7, editado

Maldita apuesta. PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora