Capítulo 13

569 40 22
                                    

Al llegar la noche, mientras estoy cenando no puedo parar de mirar la muñeca de Trevor. Dejaría pasar la casualidad de que ambos tenemos el mismo tatuaje, pero es que la primera vez que me crucé con él, su cara me resultó de lo más familiar.

– ¿No quieres más sopa?– me pregunta Laura, sonriente y enamorada de la persona que se encuentra sentada a su derecha. 

– No, voy a subirme ya. Estoy cansada. – finjo una sonrisa, y me miro el reloj. – Nos vemos ahora.

– Adiós, Álex.– se despide de mí Trevor.

Laura sonríe más aún, lleva su mano a su moflete y le suelta un leve pellizco que causa una graciosa mueca en Trevor.

– ¡Si es que eres más educado!– ese comentario me hace gracia, aunque más aún la forma en la que lo dice mi fiel mejor amiga. 

Cuando llego a mi cuarto, lo primero que hago es  buscar el diario de mi padre, donde guardo una foto en la que salgo con él. Siento cómo lágrimas comienzan a derramarse por mi mejilla, y es que daría la vida por salir ya no solo de este infierno, sino de volver a vivir una vida llena de alegrías junto a mi padre. 

Verle el tatuaje del rayo a Trevor en la muñeca ha hecho que recuerde cómo mi padre me lo hizo a mí. Significa poder en mí misma, al igual que también se corresponde con mi gran temor que acabé superando: las tormentas y los días donde los rayos iluminaban el oscuro cielo. 

A los dieciséis años superé el miedo gracias a mi padre, y fue entonces cuando quise que ese día me marcase la vida. Mi padre me llevó a donde durante su adolescencia se hacía tatuajes, y me tatuó él mismo un rayo. No quise esperarme a tener los dieciocho, pues mi concepción de la vida era y es la de "Vive cada día como si no hubiese un mañana". 

Un ruido en la puerta hace que desvíe mi atención a esta, donde me encuentro a Miranda entrando sin siquiera darle mi permiso. 

– Vaya, pero si está aquí la mocosa. – me dice, sonriendo falsamente. Da un giro sobre sí misma en busca de algo. 

– Resulta que es mi habitación también, no sé si te acuerdas.– le respondo, al mismo tiempo que cierro el diario para que ella no vea lo que estoy haciendo. 

– Uy a ver.– se me lanza para quitármelo de las manos y yo comienzo a empujarla. 

– ¿Se puede saber qué coño quieres?– le pregunto una vez que consigo que se aparte. 


De repente, entran por la puerta Laura seguida de Raúl.

– Hombre, el novio que me quitaste. ¿Te ha follado ya?– dice maliciosa, soltando leves risitas. 

– La verdad es que no es tan fácil como tú.– se burla Raúl. Al principio me cabreo con él, pero en cuanto caigo en la cuenta de que me está defendiendo, sonrío internamente. 

– Si me disculpáis, tengo que irme. – digo en voz alta, y le lanzo una mirada victoriosa a Miranda.


Cuando me dispongo a salir de la habitación, siento cómo los ojos de Raúl se clavan en mí.En otro momento me hubiera incomodado, pero en este preciso momento agradezco que su atención esté puesta en mí y no en la arpía de Miranda. 

Voy a los baños y comienzo a peinarme, para hacerme un moño un poco dejado. Cuando queda poco para las once, me dirijo a la azotea. Durante el camino, voy observando que no haya nadie por los pasillos, y mucho menos que no esté la directora merodeando por ahí.

Cuando llego a una puerta vieja, echo una última ojeada a mis espaldas, y al no haber nadie, llevo mi mano a la fría manivela. A duras penas consigo abrirla, y me encuentro con una hilera de escalones viejos. La impresión no es muy buena, pero suspiro al ver que quedan cinco minutos para las once de la noche.

Maldita apuesta. PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora