Capítulo 9

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Álex

Cuando me asignan a Raúl como pareja, siento como si de repente me tirasen un cubo lleno de agua fría a tope de cubitos. ¿Quién se va a creer que ambos tenemos cierta compatibilidad y más si se trata de a la hora de "sobrevivir" y enfrentarnos a tres días que se nos van a hacer eternos?

Desde luego que yo no.

— Bueno chicos, ¿todos lleváis una brújula y el mapa a la mano?— todos decimos al unísono. El profesor da una palmada en el aire y sonríe deseoso por que todo esto empiece.— Ya sabéis que tenéis que tomároslo muy en serio.

— ¿Y si nos sucede algo que hacemos?— pregunta una chica tan corpulenta que parece hasta un tío.

—Por eso es importante tomároslo tan en serio, aquí hay que dejar el odio y rencor.— nos mira a Raúl y a mí—. Y olvidaros de todo. La única realidad a la que os enfrentaréis es a esta, y el único enemigo que tenéis es el tiempo. Como hemos dicho, habrá una pareja ganadora y el resto se someterá a un castigo.— todos asienten, excepto yo, que estoy preparándome mentalmente para la peor experiencia de mi vida.—Lo que resuelve a tu pregunta, Carla es que, en el bosque hay cantidad de cajas de madera pequeñas que contienen dos bengalas. Repito, DOS.—recalca.— Quiere decir que como no las tiréis bien...—pero deja la frase abierta.

— Bueno, pues ha llegado la hora de que comience el gran juego.— todos nos situamos en línea cada uno al lado de nuestra pareja, en mi caso, al lado de Raúl, y esperamos el sonido de un pito para salir corriendo hasta adentrarnos.

— Uno, dos y...—el desagradable pitido hace que tarde en reaccionar, pero Raúl se da cuenta de ello y para mi sorpresa, me espera. 

¿Un acto de bondad? ¡Ni de coña! A él seguro que lo único que le interesa es ganar la prueba.

Cuando llevamos diez minutos corriendo, decidimos pararnos en un tronco roto y sentarnos en él. Nos detenemos a mirar el mapa, el cual lleva él ;yo me encargo de la brújula.

— A ver, de estas veinte marcas, diez son buenas y las otras son trampas. Te diría que eligieses una pero no quiero morir tan joven.— dice burlándose de mi.

— ¿Te crees que soy la débil de los dos?— le pregunto poniéndome en pie, mientras me llevo los brazos al pecho y los cruzo.

— No es eso, anda siéntate y relájate; esto es serio.— me dice casi riéndose.

— ¡Serio es el problema que tienes tú!—le grito. Doy gracias de que estamos en los adentros del inmenso bosque, sin nadie que nos escuche ni vea.—Te pasa que tú a las tías las tratas como a la mierda, te crees que ellas son las débiles y para ti son solo un juguete más, ¿sabes? No me niegues nada, porque sabes que tengo la maldita razón.— estoy que exploto por dentro, y más de pensar que mis labios han sido añadidos a la lista de labios ya besados que seguramente él tiene guardada en su cabeza, por no decir cerebro ya que no creo que tenga un órgano tan complicado como ese.

—¡Basta! ¿Sabes que te digo?— se acerca a mí con rabia y me quedo con la espalda pegada al tronco. Ahogo un grito de dolor.—Que tú para mi eres...— y de repente veo como me aparta la mirada y la fija en el suelo.

— ¿Para ti soy qué?— le incito a que siga. Viendo que no lo hace, le cojo de la barbilla para que me mire a los ojos.— Termina lo que ibas a decir.— digo ahora menos alterada.

Sus ojos se clavan en los míos, y por un momento siento cómo me taladran.

Sin pensarlo ni un instante, cojo su cara con delicadeza y poso mis labios sobre los suyos. No es un beso apasionado, sino un pico bastante lento. Me cuesta la vida separarme de él, y es algo que me gusta pero a la vez, no.

— Que tú para mí eres un juguete más.— dice de repente, tras separarnos.— Pensaba que eras de las difíciles, pero que va, caes. Como todas las tías.

De repente, unas ganas de llorar me invaden por dentro, y siento que todo mi organismo se inunda poco a poco. Me da la sensación de que el corazón se me comienza a resquebrajar, y por un instante, veo tristeza en el rostro de Raúl.

— Lo siento.—me dice.—Ya sabes qué tienes que hacer, alejarte de mi.

— ¿Sabes? Esa es mi elección. Pero valoro tu oferta.- cierro los ojos con fuerza y veo cómo Raúl no se resiste a abrazarme. Ahora soy yo la que le va a mandar a la mierda.- No me vuelvas a poner la mano encima. Tienes razón, me tengo que alejar de tí.—le aparto.

—Álex...— pero yo me dirijo al tronco limpiándome las lágrimas con el brazo, y cojo el mapa.

— Vamos a dirigirnos a esta cruz, por la zona en la que se encuentra, tiene pinta de no ser una trampa.— digo y, sin más, saco la brújula y comienzo a andar.

Después de un rato, escucho las hojas que están siendo pisadas; Raúl ha comenzado a seguirme, no ha puesto ninguna objeción a mi decisión.

Raúl

Soy gilipollas, y lo admito. Durante todo este tiempo he estado buscando en mi interior mi yo de siempre, puesto que desde que conozco a Álex me da por actuar de forma distinta. Se me quita las ganas de acostarme con tías, y me siento más...Vulnerable.

No me puedo creer que me haya besado ella, después de todo lo que le he puteado durante un mes entero.

¿Quién se cree que es ella para besarme? Me muero de ganas de darle un puñetazo al primer tronco que me encuentre, y eso que estoy rodeado. Siento impotencia y rabia de que, durante ese pico insignificante, haya despertado en mi interior una terrible sensación de deseo.

Deseo por ella.

No puedo dejarme conquistar por esa maldita tía. Hay miles. Las hay mejores. No quiero pillarme, ni desear a nadie, y menos a ella.

—¡Aquí!—su sonrisa brilla y parece una cría pequeña de lo contenta que se pone al haber acertado sus indicaciones.

— ¡Eso es genial!— le devuelvo la sonrisa, pero ambos la quitamos al segundo, al darnos cuenta.

Al caer la noche, nos vemos obligados a parar en una especie de cueva artificial. Nos tumbamos, uno a cada lado de esta, lejos, y me pongo a ver las estrellas.

La verdad es que no entiendo cómo pueden brillar tanto, son magníficas. Me pongo a perderme entre las constelaciones, cuando de repente me quedo dormido.

— ¡Papá! —

Abro los ojos de golpe y me siento en busca de Álex. La miro y veo que está hecha un ovillo en el suelo. Me acercó corriendo y me pongo de rodillas para llevar mis manos a su cara.

Está sudando.

— ¡No te vayas! — vuelve a gritar, y comienza a moverse y a soltar patadas en el aire.

— ¡Álex! — la zarandeo y cuando veo que deja de realizar movimientos bruscos, me estiro a su lado, pasándole mi brazo por su cintura y apoyando mi frente con la suya.— Eso es— le digo, aunque no me escucha porque sigue en sus sueños, cuando consigo que se calme.

Me pongo a mirarla y me doy cuenta de que no puedo odiarla, siento que mi deber es cuidarla, aunque soy yo el que le hace el mal todo el rato.



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Capítulo 9 editado









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