Capítulo 17

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Álex

— ¿Quién eres? — le pregunto al chico que se encuentra arrodillado, quejándose del dolor en sus partes íntimas.

— La verdad que un chico normal y corriente. Con unas pelotas normales y corrientes, no de acero.— ese comentario me hace reír, pero me muerdo la lengua.

Aitor me había dicho en la azotea que cuenta con ayuda dentro del internado, y la verdad es que no me fío ni un pelo de nadie ya.

— ¿Qué haces aquí? — le pregunto entrecerrando los ojos, esperando la respuesta con ansias.

— Me he preocupado al oír sollozos y he entrado.—me responde con toda la tranquilidad del mundo.— Pero veo que no ha sido buena idea.— dice levantándose del suelo y retrocediendo unos pasos por miedo a que le diese otra vez.— Veo que estás estupendamente.

— Lo siento.—me disculpo ante mi metedura de pata. Aunque no sé con certeza si el chico es digno de confiar, me siento fatal por haberle pegado tan fuerte, ¡qué mínimo que haber regulado la fuerza!

La confianza de un persona se gana con el tiempo, aunque más bien, la mía se gana con los actos.

Si quiero saber si este chico dice la verdad, que simplemente me ha oído y se ha preocupado, tengo que darle la oportunidad de conocerlo y de conocerme.

Quizás así me doy cuenta de si veo algo sospechoso en él, o sí básicamente es un internado más aquí.

— Soy Alex, Alexandra.— me presento y le tiendo el mano. Él retrocede un poco asustado, pero sonríe ante el gesto y me tiende la suya.

— Me llamo Mike.—

Su pelo es largo y dorado con rizos. Lo lleva recogido en un pequeño moño y me doy cuenta de que parece el típico surfero.

Sus ojos son azules y pequeños, pero sus cejas le dan un aire interesante a su mirada. Me percato de que su rostro está adornado con pecas y me resulta adorable, ya que le da un toque infantil y dulce.

Me fijo en un collar que le cuelga del cuello -obviamente, Alexandra- y veo que trata de una pequeña tablita de surf. Al final mi teoría de surfero va a ser cierta.

— Encantada.— 

— ¿Se puede saber qué te pasaba?— me pregunta  tranquilamente, sentándose en el banquillo de madera que había en frente. —Si no, no te preocupes, me alegro que ahora por lo menos sonrías y no repartas rodillazos a mis pelotas.— sonríe divertido.

Me cae bien. 

— Lo siento, pero es que no hablo de mis asuntos personales con desconocidos. —intento ser lo más amable posible. Me giro y procedo a terminar de desenredarme el pelo. 

— Vaya, para mí que tu rodillazo era un gesto amistoso. —vuelvo a reír al escuchar su comentario y lo miro por el espejo. — Es broma, haces bien en no confiar en mí de primeras, dice mucho de ti eso. 

— Bueno, me alegro que no te lo tomes como algo personal, pero es que aquí la gente del internado me transmiten cero confianza. —le confieso.— Pero en fin, la vida es así. 

Maldita apuesta. PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora