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Yo estaba pletórico, quería estar así toda la vida, llegar y disfrutar de sus vientres hinchados, que mi futuro estuviera ligado siempre al suyo, que fuéramos siempre nosotros. Hubiese querido no lastimarlas...

Pero como cada día religiosamente el sol se oculta dejando paso a una oscuridad, fue mi turno de vivir de noche. No me gusta victimizarme, pero en esta ocasión había sido blanco de la delincuencia, de aquellos que se decían valientes solo por hurtar aquello que no les había costado, cobardes, eso eran. Gente que se alimentaba del miedo y que gozaba darte una golpiza como parte del servicio.

Llegué a casa sin llaves, sin teléfono, sin maletín y cartera. Me habían partido la cara y alguna costilla, estaba seguro, al llegar estaba más preocupado por cancelar la cita con Lucía e informarle que mis datos estaban en manos de gente ajena, pero no pude. Seguro se había dejado el teléfono, un clásico de ella.

Me senté en sofá y llamé a Gala, a Marisa y mis tías, más por no preocupar y que no se comunicaran conmigo hasta nuevo aviso, eso y además confirmar que estaba bien y no había de que preocuparse. Luego de cancelar cuánta tarjeta o servicio me senté. No iba a denunciar, no tenía fuerzas siquiera para llegar a la cama. Cerré los ojos y no me di cuenta del tiempo hasta que el timbre sonó. Traté de hacer caso omiso, pero era insistente, Lucía seguro había estado esperándome...

No podía dejarla afuera, así que con calma me levanté y abrí.

Por el contrario, la pequeña Gala era quien se encontraba en el pasillo, estaba tan angustiada la pobre, la hice pasar y la deje curarme con mimo las heridas, limpio la sangre seca dejando un rastro de besos prometiendo me harían sentir mejor, ella en cambio me dejo acostarme sobre sus piernas.

El pequeñín no dejaba de moverse bajo mi mano, no tenía nombre, no sabíamos si nos aguardaba un niño o una niña, queríamos que fuera sorpresa y los sorprendidos fuimos nosotros. Y aunque su padre en ese momento no estuviera en condiciones de defenderle, ni alzar el rostro con dignidad, me aseguraría que nadie fuese capaz de lastimarle, ni yo mismo.

Gala propuso pedir pizza y yo, acostumbrado a cumplir sus antojos, sucumbí. El timbre sonó quince minutos después, ella se levanto como una gacela, Gala tenia toda la fortaleza del mundo y las respuestas en sus sonrisas, desearía haber tenido una respuesta mas acertada para ella también...

Cuando contestó por el interfon no fue un pizzero quien respondió. Marisa preguntó sin detenerse, con genuina preocupación, si estaba bien y si podía subir, agregándole un mote cariñoso que la dejaba lejos de una cuartada de amistad.

Gala no contesto. Se mantuvo escuchando su voz. Pidiendo explicaciones con la mirada al patán que se encontraba frente ella y que no tenía ni puta idea de como salir de esta.

-¿Quién es? -la tercera vez que me preguntó y que no supe que contestar solo le abrió el porton.

Parecía un tartamudo, ninguna justificación me fue valida en ese momento. Y de pronto nos vi, nosotros en aquel café. Gala con el sol a su espalda, brillando más que nada y yo haciendo el tonto por ello, Nosotros sonriendo y hablando locuras con las manos, inventándonos un futuro mejor. Gala desnuda levantándose de la cama y yo rogándole un minuto más. Gala riendo bajo la lluvia. Nosotros, prometiendo un para siempre que duró un suspiro; ¿qué le diría? ¿Qué respuesta era válida? La había perdido en ese momento. No tuve duda de aquello.

Ella se mantuvo serena, esperando que el elevador trajera respuestas, mirando todo a su alrededor como si fuera la ultima vez.., y así fue. El problema se hizo más grande cuando trajo dos. Completando la ecuación.

Lucía encontró a mi novia en la puerta, sin saber quién era y a donde se dirigía le pidió permiso para entrar, comenzaron una plática de embarazadas en el elevador. A Marisa nunca se le había complicado hacer amistades en la calle, decía que su mamá había sido igual.

Cuando llegaron a la misma puerta, aquel inicio amable se convirtió en incertidumbre, en dudas, en sumar dos más dos, o uno más tres y el resultado fuimos los cuatro.

-Abre- exigió Gala.

Yo no pude hacerlo, no podía moverme. El atardecer comenzaba a nublarme la vista.

Ella lo hizo molesta y se dio de frente con dos mujeres que no conocía, pero que me conocían bastante bien.

Creo que el impacto más fuerte, pues ya se imaginaban la situación que había, fue encontrar con que las tres serian madres. No sé decirte que pensaron, que sintieron, no lo sé, solo supe que jamas podría olvidar sus miradas, ellas me amaron de forma única y diferente, creo que me odiaron igual.

-¿Qué es esto, Izan? Dime que es una broma y voy a creerte -pidió Marisa, no sabía cuánto acaba de arruinar su vida, sus planes-, por favor, cariño. No me hagas esto...

-¿Cuántos meses tienes? -preguntó Gala, directa, certera. Ella solo quería respuestas. Ella tiro a matar.

-Cinco...

Lucía no aguanto más y fue al baño a vomitar. A Gala no le sorprendió que supiera donde estaba ubicado. A Gala solo la cubrió un manto de dureza, no lloraría, no haría drama, yo le acababa de quebrar el alma, pero nunca me lo diría.

Marisa rogaba que no fuera real, era la ultima esperanza que tenía y yo había deshecho su futuro sin saberlo, desde mucho antes y los días siguientes ya no seriamos nosotros.

Ese nosotros que reventó en mis manos y les dio de lleno en el rostro.

Ese nosotros que se extinguió aquella tarde.

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora