54.

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Desperté en una habitación desconocida. Mis muñecas dolían y la desesperación vino a mi cuando no pude moverme. Pensé que era alguna parálisis del sueño hasta que ví a un doctor cruzar la puerta.

—Buenos días Izan, tienes familia y amigos que te quieren y están preocupados por tu estado. Por esa razón ellos tomaron está decisión por tí. Es importante que sepas que te quieren y que no estás solo. Mi nombre es Raúl Sierra y estas en un hospital psiquiátrico. Tienes una depresión severa y muchas heridas en el cuerpo provocadas por ti ¿Recuerdas eso? No te preocupes; las cintas evitarán que te lastimes, las retiraremos cuando sea prudente. Tranquilo, la doctora Muñoz vendrá en un momento y te explicará más.

—No. No. No.

—¿Cómo?

—No quiero una mujer cerca. Traiga un hombre.

—¿Eso quiere decir que estás dispuesto a comenzar un tratamiento?

—Solo si es doctor.

—Eh, veré qué puedo hacer.

No tenía algún tipo de fobia o discriminación, pero dentro de mi cabeza existía la idea de que cualquier mujer que se cruzará conmigo, moriría.

Fue difícil.

Ninguna visita las primeras semanas. Deje de hacerme daño, al menos físicamente, por qué dentro de mi cabeza las cosas aún eran desordenadas, pero necesitaba que dejarán de suministrarme fármacos. Tenía sesiones todo el tiempo. Algunas me pedían hablar, escribir o escuchar, pensaba todo el tiempo en ellas. Mis chicas.

Trabajé la culpa. La ira. La rabia.

Me había masticado todo hasta hacerlo pedazos.

Aún así solo permití que Mauro me viera. Sentía vergüenza. No pregunte por mis hijas. Tenía miedo. Si habían muerto no quería saberlo. «¿Por qué morirían?», te preguntarás. Para mí era claro, llevaban en su sangre mi código genético lo que presagiaba una vida desgraciada o la muerte. Prueba de ello es que ya eran huérfanas.

Fueron noches largas espantando fantasmas. Luchando con mi responsabilidad y el límite de esta.  Aceptar que había sido deshonesto, había mentido, engañado, si, pero eso no me convertía en asesino. Fue..., duro.

La primera vez que volví a ver mi reflejo no me reconocí, estaba en los huesos, lleno de ojeras, pálido y con barba. Era un puto zombie.

Luego vinieron las preguntas. La motivación. Las niñas. ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres salir y enfrentar el mundo o quieres quedarte encerrado en ti mismo? Muchos no logran salir. ¿Quieres ser padre? ¿Ser libre? ¿Ser Izan?

—Quiero estar bien.

Tres palabras que para mí significaban solo una cosa: oportunidad.

Lo que más me costó trabajo, además de aceptar comida y dejar de vomitarla, fue perdóname a mi mismo. Por qué yo había pedido perdón, yo había suplicado a todos menos a mí mismo. No lo hice por qué tenía un «NO» gigante como respuesta.

Ví a mis tías después de un mes. Lloré como un niño de ocho años cuando me abrazaron. Me prometieron esperar y luchar conmigo. Me perdonaron. Me hablaron de Noelle. Visitaron a Zoé y ayudaban con Abigail.

Me prometí verlas pronto.

El día que salí me sentí inseguro, como si el mundo tras esas puertas hubiera cambiado. No me soltaron tan fácil. No había medicamentos, pero si visitas semanales con el psiquiatra. Aún asisto, por si te lo preguntas.

Me llevaron con mis hijas, estaban dos de ellas. Más grandes. Más fuertes. Llenas de vida. Me había perdido de tanto...

Sentí la necesidad de ver a Zoé. No estaría tranquilo hasta que no la tuviera en los brazos.

Mis tías me llevaron, habían ido ya en varias ocasiones. La respuesta era cortés por parte de la familia de Gala. Así qué, cuando la vi gateando hacia me arrodillé, espere a que llegará hasta a mí, pero no lo hizo. Se sentó, me miró, comenzó a aplaudir antes de decirme «Papá».

Dijo papá y yo resucité.

No pude más, la tomé y con los ojos empapados le dije cuánto la amaba.

Su familia no tuvo corazón para separarnos. Prometí que ellos podían verla cuando quisieran, también los visitaría.

Les explique de camino que papá no estuvo bien un tiempo, que tuvo que dejarlas por que creía que estarían mejor en otros brazos y que no quería herirles. Les prometí jamas darles la espalda, si ellas me aceptaban de nuevo, seriamos una familia.

Llegué a casa con tres niñas huérfanas, con un padre que había cometido muchos errores, que había bailado con la muerte suficientes veces y que había elegido vivir por ellas, para hacerlas felices. 

Un padre que conocía el significado de amar, de perdonar y enfrentar sus actos, un padre que siempre amaría a sus madres, que estaría orgulloso de Zoé, Abigail y Noelle,

Y al final no importa como llegué hasta aquí porque ellas serían siempre mis chicas, las chicas de Izan.

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora