29

1.3K 229 52
                                    

Ciento cuarenta nombres después no se nos ocurría ninguno lo bastante bueno para ella. 

Uno que hablara de todo lo que ella pudiera ser, de lo que significaba para nosotros, que abarcara la grandeza de tenerla en nuestros brazos. No, no había uno lo suficientemente inmenso para nombrarla a ella.

Ademas, los dolores estaban en su punto más alto y nos impedían pensar con claridad.

Gala había llamado a sus padres hacía quince minutos y mentiría si no estaba nervioso de encontrarme con ellos.

Lo único que me mantenía cuerdo era su mano que se sujetaba a la mía con fuerza, como si fuera imposible no hacerlo juntos. Como si necesitáramos sostenernos para lo que vendría ante nosotros. 

Besé a Gala incontables veces entre la angustia y la desesperación, ella lo permitió, de alguna forma el miedo iba ganando terreno entre nuestros dedos resbalosos y solo podíamos aferrarnos con más fuerza.

Ella era valiente y estaba dando todo de si para traer a nuestra bebé al mundo.

—Izan... Izan, tengo miedo.

—No pequeña, ya casi, aguanta, falta poco para que esto termine.

—Promete que siempre estarás ahí, nunca la sueltes. 

—Gala, ahí estaremos, tranquila. Tienes que calmarte.

—Duele mucho, no creo que pueda hacerlo.

Y no mentía, el sudor perneando su frente, su respiración irregular y su agarre de muerte me daban un panorama realista de lo que significaba traer una vida al mundo. Me sentía inútil llegando a este punto, ella sufría y yo no podía hacer nada que pudiera aliviar su dolor, o su angustia para el caso.

—Seras una gran madre, podrás con todo esto y más. Esa niña tendrá una gran mujer a quien admirar, apuesto que amará a los animales como tu y será tan tenaz que tendré que esforzarme el doble para que alcance sus sueños. Por que lo hará, lo que se proponga lo logrará, solo hay que ver a su mami...

—Te amo, yo..., a pesar de todo te amo. 

—Yo también te amo, vida. Nunca podre dejar de hacerlo. Nunca. 

Y eso fue lo último que pude decirle antes de que se doblara en dos por una contracción inmensa, corrimos al quirofano dónde le daríamos la bienvenida a este nuevo ser. Pude distinguir en el pasillo a su familia llegando pero el tiempo fue benevolente con nosotros y cerraron las puertas antes de que pudieran alcanzarnos.

Ella estaba sufriendo mucho y por un momento pensé que en verdad no podría hacerlo.

—Zoe..., me gusta Zoe  —dijo con la voz agitada.

—Vida...  

Y como si hubiese estado esperando nuestra llamada, Zoe detuvo el tiempo. 

Ahí estaba, mi bebé, mi hija. Mi niña. Mi chica.

La llevaron de un lugar a otro para pesarla y comenzarla a limpiar. Su llanto entraba fuerte por nuestros oídos y nos revolucionaba el corazón.

Ahí estaba, era la cosa más hermosa que había visto. 

El momento en que Gala la vió lo tuvo claro.

-Zoe..., mi niña, es pre-ciosa... Cuídala, cuídala mucho Izan. Prometelo.

Y de pronto sentí que había llegado al cielo para caer de rodillas al infierno.

Gala se desvaneció ante mi, pitidos de diferentes máquinas comenzaron a sonar, los médicos comenzaron a moverse de forma anormal y dentro de mi lo supe; mi alma, mi vida, mi familia no volvería a sentirse completa...

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora