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Fuimos a la clínica bajo la tensión que se sucitaba al decir la verdad.

No estábamos contentos, aunque ella aparentaba que sí, yo no podía. Estaba preocupado, me sumergía en un silencio para no decir todas aquellas cosas que no había pensado por callar.

Los doctores al parecer tampoco estaban felices, ella había escuchado en cada cita el regaño de estos en cada cita al preferir una vida que la propia. Ella cubría aquellos discursos con un manto lleno de decisión, el amor por proteger a su bebé era lo que la invitaba a seguir adelante.

—Estas enojado.

—No Marisa, no lo estoy.

—Lo estás.

—No. ¿Necesitas ayuda con eso?

—Si, estás molesto.

—¡No lo estoy! Entiende que estoy apunto de perderte a ti también. ¿Que voy a hacer? ¿Pensaste en eso? ¿Pensaste en que si no sobrevives tu hijo quedará en mis manos? ¿Dónde quedo él? ¿Dónde quedamos nosotros? No te voy a sobrevivir Marisa.

—Y por qué no piensas que todo estará bien, que retirarán el tumor y el bebé y yo estaremos bien. Deja de pensar. Estamos aquí para conocer al fin a ese ser que nos cambiará la vida. Zoé tendrá un hermanito y los dos estaremos ahí para protegerlos. Para enseñarles el lado bonito de la vida. No te enojes conmigo, vivamos el momento.

—El seguir viviendo no resuelve los problemas, que lo sepas.

—Pero te da tiempo. De eso se trata todo, del tiempo y lo que hacemos con él.

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora