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¿DEL UNO AL DIEZ QUÉ TANTO HAN SUFRIDO CON ESTA HISTORIA? ¿HAN LLORADO, ODIADO O AMADO A IZAN? HOY SUBIRÉ TODOS LOS CAPÍTULOS QUE FALTAN DE ESTA HISTORIA. ME ENCANTARÍA LEER TUS COMENTARIOS :)

Cuide de «Noni», como comenzamos a llamarla de cariño, seis veces en ese mes.

Mi mundo dejaba de girar y se detenía en ella, detallaba aquellos pequeños cambios; sus muslos regordetes, su cabello indomable, su llanto potente. Hasta eso cambiaba cada que la veía.

En la quinta visita, calculé el tiempo que Lucía tardaría en llegar y traje a mis tías para que la conocieran de forma rápida. Lucía podía ser muy hiriente cuando se lo proponía y mejor evitar un altercado.

Estaban emocionadas. No dejaron de mimarle y apreciar los vestidos coquetos que le ponía su madre; si soy sincero yo era más de meterlas en un mameluco cualquiera, con que me estuvieran limpias me daba por bien servido.

No volví a buscar a Lucía en la librería, deje de ir a su casa y de tratar de hacerme el encontradizo en la calle. Le di tiempo. Deje que ella viniera a mí cuando me necesitara. Aunque jamás cruzará la puerta, aunque mirará a Abigail y Zoé por encima del hombro. Aunque le fuese imposible ocultar su desprecio por nosotros, ahí estuve, como lo prometí.

Siempre que me necesitará, estaría.

No me importó que me diera a entender que estaba viendo a alguien más y por ello buscaba más tardes libres. Guarde las apariencias. Daba lo mismo que viniera a mi casa con algún vestido precioso y la mirada altiva, tuve que aguantar el golpe cuando me dijo que alguien más la estaba esperando.

Ahí me quedé. Clavado en la puerta viendo cómo se alejaba de mí. Siguiendo el movimiento de sus caderas. Esperando que aquel imbécil fuera mucho menos imbécil o por lo menos más honesto, que supiera hacerla reír, que valorará esas piernas, esas manos, esa boca, ese refugio donde podía olvidarse del mundo entero, que besara sus labios con hambre y ganas, que rozara la nariz por cada imperfección de su cuerpo, deseaba que aquel infeliz la amara de mejor forma que yo, con menos potencia si eso significaba menos daño.

Deseaba verla feliz, chispeante, viva. Encontrar a la Lucía de mi vida, la que no temía reírse de sus desgracias, que no miraba con desconfianza, que no buscaba leer entre tus palabras un falló y clavarlo como estaca en tu pecho.

Deseaba de vuelta a mi Sirena, la que venía acompañada de la palabra desastre, a la que ningún milagro le quedaba corto. La Lucía que yo vería ser amada a distancia.

No encontré mayor prueba de mi amor por ella que esa.

Yo seguiría ahí, clavado en la puerta, viéndola alejarse para ser feliz.

Aquel día me dejó con menos reticencia a mi hija. Se veía hermosa, incluso se había dejado el cabello suelto y sonreía. Por fin. Después de mucho ahí estaba la mujer de la que me enamore sin desearlo. Libre. Sin miedos. Con ganas de bailar. No lo pensé dos veces, cuando la vi salir, deje a Noni en el piso sobre su sillita y la alcancé.

—Lucía, aguarda.

—¿Qué pasó?

—Llámame loco, pero, es que tu... uff, brillas.

—No te entiendo —rió.

—Te ves guapísima sin, sin toda esa soberbia.

Sonrió cínica.

—Me veo guapa sin ti.

—Supongo, pero tal vez es que siempre vas a ser guapa o siempre te veré así.

—Si eso me dicen, comenzare a creerlo. Es la segunda vez que lo escuchó.

—¿Si? Me alegra que él no sea un ciego, mereces que te quieran bien.

—Ay, Izan. ¿Quién dijo que solo es uno?

Me costó encontrar el sentido a sus palabras.

—Ya, pues entonces vive mucho y vive bien. Así tendrás mucho que contar.

—Mientras tú me haces de niñera.

—Que a mí no me cuesta eh, mientras te vea radiante no me importa quién te haga sonreír —mentira, claro que me importaba.

—Bueno, voy a ponerme guapa en brazos de otro. Cuídala bien.

Me palmeo el pecho como si fuera un cachorro y se siguió.

—Siempre... —susurre.

Se marchó dejándome el vientre revuelto, la boca seca y un nudo entre las manos.

Jodida Lucía.

Sé que tomo el metro, que anduvo cuatro estaciones, bajó y siguió su recorrido andando. Sé que nunca llegó a su destino. Sé que atravesó la calle cuando el semáforo estaba en verde y también supe que aquel autobús que perdió los frenos no pudo detenerse a esa velocidad. Sé que no sufrió. Sé que no volvería a escucharla reír, llorar, hablar, insultar, ni amar. No la vería ser feliz. Sé que amó a nuestra hija y que nunca, nunca me daría su perdón. Sé que jamás la arrancaría de mi alma. Que mi amor por ella nunca se iría. Que jamas la olvidaría. Sé todo lo que significo su partida.

Ahora sabía que Lucía siempre vendría acompañada de la palabra calamidad.

Pero esa tarde todavía no lo sabía.

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora