49.

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Actualice el capítulo 48 antes. Wattpad no avisó. 😫

Veía un tutorial de estimulación temprana en la sala. Sobre la alfombra una Zoé de seis meses reía al verme jugar con sus pies. Abigail, con cuatro, trataba de alcanzar el ratón de peluche sin exito alguno.

Terca como su madre, se impulsó y giró hasta quedar boca abajo, estiró el brazo y lo tomó con ansias.

La música sonaba suave, relajando la estancia, Mozart comenzaba a adormecerme a mi también. No es que me gustara en especial esa música, pero trataba de seguir cuanto tip veía en internet para garantizar su sano desarrollo. Este era uno de esos momentos en que me daba igual el desastre en la cocina, la ropa por tender en la secadora, la cama desecha y que nisiquiera tuviera la pijama completa. Me importaban ellas. 

Nuestros fines de semana me dedicaba a disfrutar mis horas junto a ellas. 

Estaba tomando una fotografía con la cámara de Gala, cuando escuché el timbre.

Dude si correr a ponerme pantalones, pero supuse que no habría problema por abrir así. Los sábados a las diez de la mañana no exigen código de vestimenta.

Abrí la puerta para llevarme el sustituto de mi vida.

Lucía, de pie, con mi bebé en brazos y una pañalera colgando del hombro me sacaron el corazón del pecho.

—Sirena...

—Dime Lucía —resopló y miró a todos lados menos al frente—, yo, tengo una cita en cuarenta minutos. No hay quien pueda ver a Noelle y me preguntaba si... podías cuidarla.

La voz se me fue por completo.

—Mierda —susurró. Luego dijo un montón de cosas entre dientes hasta que trató de hilar una oración coherente —. Lo siento, no sé qué hago aquí, tu dijiste, y sé que no, no sé si tenías planes o puedes y...

La interrumpí.

—Puedo. No tengo ningún plan. Puedo cuidarla.

Le tembló la boca antes de darme la pañalera.

—Acaba de comer.

Dudo mucho al dejarla en mis brazos, cuándo lo hizo, el alma regreso a mí. Mi bebé estaba entre mis brazos. ¡Al fin!

—Ve tranquila. La cuidaré bien.

Una vez que sintió los brazos vacíos me advirtió con severidad.

—No me la jueges, Izan. Te mato si haces algo estúpido.

—Prometí no hacerte daño.

Dejó un suave beso en su gorrito dejando el leve aroma de su perfume pululando en el aire.

«Una cita».

Cerré la puerta, quise gritar, saltar y hasta bailar. Lo único que pude hacer fue llorar. Lloré con niño, la apreté contra mi y la bese mil veces.

Luego corrí a depositarla en la cama y traer a sus hermanas con ella.

Al verlas, juntas, sobre las almohadas, me sentí el hombre con más fortuna en el mundo. Les hice incontables fotos hasta que las harté y tuve que comenzar el maratón contra sus necesidades.

El pañal, los gases, la leche, el reflujo, el llanto desencadenado. Aún así no pude dejar de sonreír.

Le envié fotos a todo aquel que sabía mi historia y detuve a mis tías que morían por conocerla, pensé en Lucía, y supe que para ella era muy difícil dejarla aquí y tenía que irme con pies de plomo.

Me dije que tenía que recoger el departamento, hacer algo de cenar o por lo menos lavar los trastes. Me fue imposible. No pude apartar mis manos, ni mi mirada de ese trío de bebés.

Eran casi las dos de la tarde cuando sonó el timbre.

Arrullaba a Abi en la sillita, a Noelle y mis brazos y Zoé jugaba con el control.

La tomé también en brazos y me las ingenie para abrir.

Una madre ansiosa me recibió.

—Ya vine por ella.

Sabía que no podía presionarla así que no le pedí que pasara o se quedará, preferí hablarle de mi bebé, pero tenía las dos manos ocupadas y dude en pedirle que me sostuviera a Zoé. No lo hice por qué su mirada lo dijo todo.

Deposité con cuidado a una Noelle que me había visto la cara todo el rato y nunca se durmió.

—Tiene un llanto potente y creo que no le gusta mucho el biberón —dije por cubrir el silencio.

Mala idea.

—Lo siento si no es tan perfecta como tus otras dos hijas.

Conté hasta diez para calmarme, pero la mire con censura.

—No dije eso —fui juntando sus cosas para llevarle la pañalera—, ella es perfecta sin tener que serlo. Pero es solo mi percepción como papá enamorado.

Rodó los ojos.

Le entregué sus cosas y me mordí la lengua para preguntar si las iba a dejar a casa. No me imaginaba a Lucía con mis hijas en un espacio muy cerrado.

—¿Te pido un taxi?

—Ya está esperando uno allá abajo.

—De acuerdo.

—Me marchó.

La detuve antes de que emprendiera la carrera lejos de Izan y sus otras hijas.

—Gracias por esto, Lucía. De verdad, ella es... increíble. Si necesitas que la cuide, cualquier día, cualquier hora, solo dime. Te prometo estar siempre disponible.

—Si, como sea —contestó indiferente antes de desaparecer de mi vista.

Yo, por otro lado, no podía dejar de sentirme pletórico, de verdad ella era perfecta.

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora