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No entendí que quería decir con eso, o el porqué. ¿Quién en su sano juicio me ayudaría? De mis tías lo entendía, pero de Marisa, no.

—Tengo tiempo libre, trabajo desde casa, ¿recuerdas? Piénsalo, yo podría venir aquí por las mañanas y marcharme en cuanto llegues.

—¿Por qué, Marisa?

—La vida es corta. Y si Zoé fuera mi hija desearía que contarás con ayuda. Piénsalo.

Y lo pensé...

El día que me incorpore a la oficina fue un caos, el pantalón se mancho de leche y tuve que cambiarme, Zoé estaba particularmente inquieta. El sonido del timbre fue mi salvación.

Marisa apenas y me saludo, fue a lavarse las manos y se hizo cargo de la situación, como si fuera experta, como si siempre hubiese estado lista para esto.

Le dejé todas las indicaciones posibles, a lo que ella respondía rodando los ojos.

Al entrar a mi oficina sentí los ojos de todos clavados en mi. No supe si sentían lástima, si me aborrecian o solo estaban ávidos de saber la historia de la que era protagonista.

Rocío entró a ponerme al día, dejó varias carpetas en mi escritorio y solo dijo que no me preocupara de los demás, ella sabía la verdad.

Aunque no supiese cual era.

Llamé varias veces durante el día a Marisa, supongo que por eso decidió enviarme fotos como evidencia de que podía hacerlo y cuando llegue a casa, no sé porqué, solo le pedí que se quedará un rato más.

Así comenzamos una rutina un tanto extraña. Era como antes aunque el panorama era completamente diferente. Ni yo era el mismo Izan del que se enamoró así como tampoco podría ofrecerle muchas opciones.

Ella llegaba puntual, media hora antes de marcharme y se quedaba para comer juntos  Porlas tardes, si la convencía, desconectábamos viendo una película o hablando a deshoras con mi bebé entre los dos... y es que Marisa estaba tan llena de vida que me contagiaba... O eso pensé.

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora