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Un mes sin saber de ellas y ya no sentía la sangre correr por mis venas. Marisa solo pidió tiempo y acepte dárselo. ¿Había algo que yo pudiera negarle? El presente me confirma que no.

Gala nunca contesto el teléfono, fue diligente al responder con un simple mensaje: por ahora no tenía respuestas.

Y Lucía si contesto, hubiese preferido que no lo hiciera. Pero aun así la buscaba cuando podía aunque eso solo significaba escuchar las desgracias que deseaba me pasaran. Jamás me perdonaría. Me odiaría por siempre, lo dijo las suficientes veces como para supiera que era verdad. Dijo otras cosas, pero aun trato de olvidarlas que traerlas a colación seria empañar aun mas nuestra historia.

Estaba donde me merecía, o donde la gente pensaba que era mi lugar. En la miseria. 

Me apropie de los títulos que ellos quisieron darme, cobarde, mediocre, idiota, traidor, pérfido, enfermo, por que nuestra historia se hizo del dominio publico de la noche a la mañana, fuimos el chisme del mes en sus familias y amigos. La única que permaneció siempre en silencio fue Marisa. Jamás menciono algo a su padre o las personas cercanas, ni siquiera en el trabajo. No, no es que me defendiera, es que ni ella se lo podía creer aún. 

Me dieron una paliza una vez saliendo de mi hogar, nunca supe quien fue, bueno tal vez preferí no confirmarlo. Me poncharon las llantas, me rayaron el coche, a mi teléfono llegaban cientos de mensajes anónimos insultándome, cerré cuentas sociales por la misma razón. Pero no dije nada, no reclame, me lo merecía, ¿no?

Ese era el resultado de mis acciones, sentirme solo y vació, conformarme con el silencio. Ni siquiera tenia derecho a preguntar si todo iba en orden con los embarazos. Me dieron la espalda por que ninguna era capaz de verme.

Me enfrente al rechazo sutil que ejercieron mis tías. Aguante los largos sermones que me propinaron y cuando me negué a ir a la iglesia, a reconciliarme con el creador, se rindieron conmigo.

Vamos, no es que sea agnóstico, pero no podía pedir clemencia cuando tenia en las manos tres vidas rotas, seis si contaba a mis hijos, siete si tenia derecho a incluirme yo. Pedir perdón sonaba sencillo, pero ni siquiera tenia cara para eso. No era falta de valor, era la culpa saboreándose entre mis labios, empujándome al vació. Dejándome seco hasta extinguirme.

Era un Izan sin sus chicas. Un hombre, que por primera vez lo perdió todo.

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora