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Al llegar, ella ya estaba en una habitación con la bata puesta y resolviendo el enigma de como podría subirse a la cama.

Fue un impulso, pero no pude evitar abrazarla, tal vez sería la última vez que vería esta versión de ella y quería grabarme a fuego su imagen en la memoria.

—¡Hey, aquí estás! —me correspondió el abrazó con una sonrisa inmensa y acepto mi ayuda para subirla a la cama. El doctor entró para revisarla y esperamos su diagnóstico.

Había comenzado el trabajo de parto, pero aún faltaban muchos centímetros para que el bebé pudiera nacer, lo que se resumía en varias horas de espera y contracciones.
Cuando las enfermeras salieron nos quedamos callados, estábamos emocionados, asustados y nerviosos.

Gala comenzó a reírse antes de hacer una muequita por el dolor.

—Gracias por estar aquí —estiró su mano y lo tome como invitación a acercarme—. Lo siento.
De cualquier cosa que pudiera sentir era lo que menos podía decirme, digo, yo había sido el responsable de toda esta..., situación.

—No, vida mía, soy yo él que siente haberte hecho esto.

—No, no. Mi familia, sé que ellos han estado acosándote, se enteraron y... ¿Te lastimaron?

Me quedé callado, no le iba a hablar de las golpizas, las amenazas  y todo eso; en la suma de mis errores no pensé en los familiares de Gala, ella era la menor de una familia inmensa, la princesa, la nenita de todos; era normal que quisieran partirle la cara al imbécil que a su parecer había jugado con ella.

—Ya pasó, eso no es importante.

—Hable con ellos, Izan, yo quiero que tú estés presente en la vida de nuestro hijo. Te quiero en sus primeras palabras, cuando se caiga, en su primer día del Kinder, cuando tenga una obra de teatro y lloremos emocionados por qué es el niño pasto.
Te quiero ahí .

—Gala, ¿por qué...? No me mal entiendas, yo quiero estar ahí, pero siento que no lo merezco. Ni siquiera merezco sostener tu mano en este momento.

—Yo conozco al hombre de quién me enamoré y si hay alguien a quien le confiaría la vida de mi bebé es a ti. Solo a ti.

La besé y dejé entre sus labios un perdón que me alcanzaba para muy poco, ella me tomo de las mejillas y aunque nuestros ojos se cubrían de una estela acuosa, me miró y por un segundo lo tuve todo tan claro.

No, ella no me iba a aceptar de regreso, no quería a un Izan junto a ella para besarla antes de dormir y rogarle unos minutos a su lado al despertar. Ella quería una familia para nuestro hijo, confiaba en que podía ser un buen padre, ella me quería a su lado para ser aquellos hombres que nos prometimos y yo acepté.

Lo haríamos, encontraríamos la forma en que yo estuviera presente sin importunar a nadie, vería a mi hijo crecer, tal vez, con el tiempo, lo tendría algunas noches conmigo, le enseñaría aquello que aún ni yo entendía y lo haría un hombre de bien.

Con ese pensamiento me enfrente al día que marcaría para siempre mi vida.

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora