Al día de hoy me sigue pareciendo un recuerdo borroso lo que pasó después.
Sentí que me ahogaba, me aleje a tientas por el pasillo, no sabía qué hacer con mis manos si ya no podrían tocarla, mis pasos iban sin rumbo, el ardor en los ojos me confirmaba que estaba llorando, pero por dentro estaba paralizado. Mi mente seguía viéndola en aquella camilla, seguía escuchando su corazón y su sonrisa parecía no dejarme ir.
Una sacudida me clavo en el piso, sentí dolor externo y la boca con sabor alcalino.
Gritos y jaloneos que iban y venían señalando me culpable, si lo era no pude confirmarlo, tampoco defenderme.
Llamé a mis tías desde la habitación en la que había estado horas antes, como si aún pudiera seguir esperando por ellas, mi bebé y mi pequeña. Esa parte llamada vida que ahora era prohibida.
Permanecí ahí el tiempo que se me permitió y cuando vinieron a limpiar el terror me consumió. Aquello solo se volcó real.
Cuando mis viejitas llegaron con tartamudeos les expliqué un poco la situación, lo demás lo dieron por sentado, una de ellas se movilizó y fue a conocer a la hermosa Zoe a los cuneros, ella estaba bien, una bebé sana que peso 3, 400 gramos y midió 51 centímetros.
Una bebé que aún no sabía que había quedado huérfana de madre.
—Hijo, tienes que comer. Su familia está haciendo los trámites para preparar el funeral, pero también quieren a la bebé. Dinos ¿Qué quieres hacer?
—Yo... Gala quería que yo la cuidara, soy su papá, ellos no pueden...
—Estan furiosos, tienes que saber que lo que pasó no es tu culpa. Su corazón no aguanto, ella al parecer nunca lo mencionó, pero dime, ¿Estás listo para enfrentar esto? Es un ser inocente que necesita seguridad y amor. Es una vida.
—Es mi hija. Mi vida.
—De acuerdo, cuenta con nosotras.
La lucha escarnisada que se llevó después fue..., despiadada y la verdad prefiero no contarla.
Me quedé junto a mi bebé los dos días que permanecio allí, no se me permitió ir al funeral de su madre, jamás pude decirle adiós y el último momento junto a ella fue aquel donde me resistí a dejarla marchar.
Cuando la sostuve por primera vez, después de demostrar clínicamente que era su padre, solo pude aferrarme a ella y llorar, se quejó en mis brazos a la vez que una enfermera entró, me miró con seriedad y espeto:
—¿Si sabe que su hija siente lo que usted le transmite?, tendrá que ser más fuerte si quiere que ella salga adelante.
Supongo que eso me marco, me limpie las lágrimas y le prometí que estaríamos bien, que Gala nos haría falta a los dos, pero ella sería feliz.
El abogado hizo lo posible para que al salir del hospital fuéramos a casa. Los dos. Juntos.
Y ahora tocaba empezar de ceros.
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Las chicas de Izan
Short StoryIzan está enamorado; de los labios de Gala, las sonrisas de Marisa y los ojos de Lucía. Izan a fingido por cierto tiempo ser un buen chico. Puntual. Detallista. Paciente. Divertido. Organizado. Tierno. Atractivo. Son solo algunos adjetivos que te po...