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Ha pasado un poco más de una semana desde la última vez que escribí; casi el mismo tiempo que Omar Arafat llevaba muerto. Una herida de bala atravesó su cabeza y murió instantáneamente en el suelo de su despacho. Esto había dado un vuelco total al caso. Se me habían quedado cosas en el aire. Sabíamos que estaban persiguiéndolo y extorsionándolo. Era evidente que estos hombres habían tomado venganza.

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El funeral de Arafat había sido el más solitario que había visto en toda mi vida. Sólo habían asistido, a lo sumo, diez personas. Sus padres estaban muertos y el único representante de su familia era su hermano Jacid. Quien se había mostrado muy callado y respetuoso durante esa tarde. Amelia había ido sola. Su padre estaba fuera de la ciudad y tampoco mostró gran pesar al enterarse de la noticia. Era casi siniestra la manera en que había tomado el fatal suceso. Sin un ápice de tristeza o dolor por el hombre que sería, según él, el esposo de su única hija. Tampoco había querido volver para estar junto a Amelia a pesar de no haberla visto en tantos meses. La actitud del señor Habash me desconcertaba y no podía dejar de sentir suspicacia. Habría querido tener la oportunidad de hablar con Amelia sobre su padre durante el velatorio, pero ella se había comportado evasiva y distante. Además, no sabía cómo abordar ese tema sin sonar inquirente; no era el momento ni el sitio para comportarme como policía.

Alex llegó al finalizar la misa y llevó a Amelia a su casa a pasar unos días. Seguramente él sabría cómo consolarla.

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Registramos la casa de Arafat luego del asesinato y, curiosamente encontramos más evidencia acerca del secuestro de Amelia. También descubrimos una llamada hecha desde su teléfono a un hombre tan sólo una hora antes de su asesinato. Él había dejado que estos tipos entraran. Él mismo les había abierto la puerta y teníamos el video de vigilancia de la casa de Omar donde vimos la cara de uno de ellos. Gracias al avanzado sistema que teníamos, descubrimos que el nombre del perpetrador era Dolf Tarkovski de cuarenta y dos años. Finalmente teníamos el nombre, el rostro y el número de teléfono que podríamos rastrear para atraparlo de una vez por todas.

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Par de días después, Dolf Tarkovski es capturado por mi equipo. Lo detuvieron cuando rondaba los alrededores de la constructora del señor Habash. Sabíamos que Omar trabajaba allí pero, una vez muerto, no entendía por qué irían hasta su sitio de trabajo. Eso me había volver a posar mi vista en el señor Habash quien seguía fuera del país.

Al tenerlo en nuestro poder, descubrimos que este hombre tenía cargos por tráfico de armas y por participar en una mafia dedicada al secuestro en Rusia.

Me presento en el salón de interrogatorio y observo el rostro de este hombre. Su expresión es ilegible. Tiene los ojos serenos y la boca está perdida entre su amplia barba.

-Buenas tardes, señor Tarkovski, soy la detective Hanks.

No me da ninguna respuesta. El aire es totalmente tenebroso. Este hombre era muy oscuro.

-Le haré algunas preguntas y le pido que conteste claramente.

-Hablaré con una condición –dice.

Su voz es estruendosa. Retumba en las paredes y llega a mis oídos como un gruñido.

-¿Cuál?

-Que me ayude a rebajar mi pena.

-Depende de lo que diga, veré qué puedo hacer.

Él esboza una sonrisa fría y espeluznante. Nunca me habría imaginado tal gesto en un rostro así.

El diario de Elena (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora