Capítulo 23: ¿Algo de adrenalina?

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–Diablos Sam, no me cortes deja tu celular a un lado.

Hago lo que él me dice, puedo percibir la desesperación de Alex la cual se junta con los aterradores pasos que escucho.

Creo que mi respiración se escucha de lejos, trato de calmarme pero no puedo, mis manos están sudando y la adrenalina la tengo por el cielo. Estoy bien escondida entre todos mis osos, pero tengo un pequeño agujero que me permite ver directo hacia la puerta de mi pieza.

Escucho pasos que suben la escalera, son el sonido más escalofriante que he escuchado en toda mi corta vida, no se lo doy a nadie. El miedo, la inseguridad y la tristeza que tengo son horribles.

¿Es esto lo que le pasó a mi mamá? Por los pasos que escucho deben ser alrededor de dos personas.

Abren la puerta de mi pieza. Y con esa acción ya puedo ver mi futuro, mi triste futuro.

En cuanto me encuentren el peor miedo de toda chica se cumplirá, que un tipo malo te rapte, viole o solo de por acabada tu vida.

–Samanta ¿Dónde te escondes? –dice una voz asquerosamente horrible que si salgo viva de esto seguro me dará pesadillas.

–Revisa debajo de la cama –manda un segundo hombre.

Yo siento que desmayaré, tengo las dos manos sobre mi boca tratando de ocultar cualquier sollozo inoportuno que pueda costarme la vida.

Los hombres se pasean por toda mi habitación, una de las primeras cosas que hacen es abrir el armario.

¿Cómo me vi metida en este lio? ¿En qué momento decidí dejar entrar a Alex a mi vida?

–¿Ya revisaste esa montaña de peluches?

Listo, adiós mundo cruel, hasta aquí ha llegado Samanta Evans.

Siento que el primer hombre robusto se acerca en cámara lenta hacia la montaña de peluches, yo lo miro con tristeza. Sinceramente siento que tuve una gran vida.

Comienzan a sacar los peluches y como es obvio me encuentran.

­–Aquí estabas –escupe el segundo hombre.

Obviamente, aunque sé que voy a morir, no me voy a dejar vencer tan fácilmente, saco mi guerrera femenina y trato de morir con orgullo.

Mientras trato de escapar, grito lo que más puedo, de esos gritos desgarradores, que anuncian problemas. Mi intención es que los vecinos escuchen.

Uno de los hombres me sujeta el brazo y me tapa la boca, yo aplico esa común táctica de morderle la mano, el atacador grita y retira su mano.

El segundo hombre me golpea la cara –¡Te vas a comportar bien perra!

No puedo evitar comenzar a llorar, entre llantos, al tipo que me golpeó le doy una patada donde más le duele, él se arrodilla de dolor y su compañero me carga y arroja a la cama.

–Qué tal si le damos una pequeña lección –dice el asqueroso hombre.

–No es una mala idea –responde el hombre adolorido parándose.

–No por favor, no –suplico entre llantos.

Dios mío no puedo terminar así... No así...

Mi cabeza trabaja desesperada por ingeniar un plan, una táctica de ataque, de recordar algún maldito programa de supervivencia que me de las respuestas de cómo salir de esta sin ser lastimada.

Aprovecho la oportunidad de que el primer tipo sigue adolorido y le lanzo otra patada sorpresa al segundo hombre en la cara.

El hombre grita y eso me da unos dos segundos para arrojarme al suelo y largarme de aquí.

Salgo de mi habitación pero de pronto alguien me agarra la cabeza y me tapa la boca metiéndome en la pieza de mi madre, me asusto al tacto y me resigno a que este sea mi final.

–Tranquila –dice la voz del que me tiene aprisionada ¿Por qué me suena conocida?

Trastornada trato de darme media vuelta y no se imaginan mi sorpresa al reconocer al dueño de la voz.

­–¿¡Jerry!? –susurro en alto.

¿Qué dragones...?


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