17.

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Cuando empecé a darme vueltas en la cama, la sentí vacía y me di cuenta que Gian no estaba a mi lado, abrí los ojos y era de día ya que el sol entraba por el gran ventanal e iluminaba todo el cuarto. Me levanté y busqué en una de las puertas un posible baño, uno era un ropero así que la cerré y entré a la otra con mi bolso, me lavé los dientes y la cara y bajé por las escaleras hasta escuchar la voz de Gian un tanto fuerte.

— ¡¿Para qué querés que salga, para matar gente?! —se quejó notándose el enojo en su voz, ya que estaba casi gritando y escuchaba como un sollozos provenían del mismo lugar.

—Franco no quiero que sigas con esto, si no te importa ¿para qué lo complicas?—le dijo su abuela llorando. Me quedé quieta mientras intentaba escuchar de qué hablaban.

—No lo estoy complicando, no quiero que me traiga más problemas y afuera va a ser peor de lo que es ahí adentro.

—Hijo no te llenes de resentimiento. —le dijo su abuelo y empujó una silla sobre la madera.

— ¡No voy a firmar una mierda!—gritó y segundo después apareció por la sala y cerró la puerta fuerte. Fruncí el ceño y no supe qué hacer, no entendía lo que pasaba pero debía ser algo malo para que se alterara así.

Terminé de bajar las escaleras y fui hasta la entrada principal, salí y enseguida lo pude ver que estaba parado al lado del auto, fumando. Estaba descalza pero no me importó y bajé del porche para caminar hasta él que estaba de espaldas.

—Hey. —lo llamé y se dio vuelta. Me acerqué despacio ya que el suelo estaba frío y el césped tenía pequeñas ramitas de arboles, me dio su mano y me ayudó a llegar.

— ¿Recién te despertaste?—preguntó y yo asentí, lo miré y pude ver toda la ira que había en sus ojos y trataba de calmarla consumiendo el cigarrillo.

—Escuché que saliste, ¿está todo bien?

—Sí, ¿desayunamos?

—Sí pero qué haces con esto sino desayunaste. —me quejé y le saqué el cigarrillo de la boca, no dijo nada y sacó el humo hacia el costado, al tirarlo se apagó enseguida por el roció del césped.

Me agarró de las manos y me hizo subir a sus pies, estaba un poco más a la altura justa de nuestras bocas y pasé mis brazos por su cuello, él me agarró de la cintura para sostenerme y yo lo acerqué a mí para besarlo, la nicotina fue parte de su gusto hasta que sólo fue mío después de unos minutos invadiendo su boca.

—Desayunemos. —dijo entre besos y yo asentí para apartarme un poco. —pero otra cosa.

— ¿Qué?—sonreí mientras en mi cabeza se me ocurría una sola cosa que quería hacer justo ahora.

—Subamos y te digo.

Me levantó un poco y yo me aferré a su cuello sonriendo, me llevó hasta el porche y me bajó para hacerme entrar de nuevo, con mucho cuidado y silencio para que no se dieran cuenta, subimos de nuevo al cuarto para que él me lo dijera debajo de las sábanas.


— ¿Qué vamos a hacer hoy?—le pregunté mientras apoyaba mi montón en su pecho y lo miraba, cerró los ojos y suspiró.

—Tengo mucho para hacer si me querés ayudar.

—Sí, ¿en qué?

—Empezando con limpiar el establo. —dijo, hice una mueca y él sonrió un poco. — ¿me vas a ayudar?

— ¿A hacer eso?—pregunté intentando no pensar en las posibilidades que tenía de decir que no me gustaba nada la vida de campo.

—Entre otras cosas. —me dio un corto beso y estiró mi labio entre sus dientes. —Sólo si querés, sino podes quedarte conmigo.

—Eso...quizá me guste más. —dije y él sonrió para darme pequeños besos y pausados.


Empujé la puerta entreabierta del establo y enseguida el olor nauseabundo entró por mis fosas nasales, hice una mueca y con mis manos apreté mi nariz para entrar con cuidado, todo lo que podía ver era una pared divisoria de fardos de paja, había un pequeño pasillo entre tantos de ellos y de ahí apareció Gian con un rastrillo escondido detrás de una capucha negra.

— ¿Es para tanto?—levantó una ceja y yo asentí, hizo su media sonrisa y se acercó a mí con la rastrilladora. —te vas a acostumbrar, no te preocupes. —sonrió divertido haciéndome seguirlo, pero era lo que menos quería.

— ¿Por qué es tan nauseabundo? —pregunté tosiendo al mismo tiempo que pasábamos por los caballos y después los cerdos que comían en el mismo carril de olla todos sucios y llenos de barro.

—Son cerdos. —dijo incrédulo y yo intenté respirar hacia el otro lado hasta que terminamos de pasar por su sector. —Bueno vamos a hacer un poco de esto y por último bañamos los caballos, si querés podes ayudarme o como te dije, irte.

— ¿Irme?

—Tengo que hacerlo si o si porque no creo volver y mis abuelos no pueden hacer el trabajo sucio ya.

—Está bien, te voy a ayudar. —respiré hondo pero el aire no fue puro y mi mueca provocó su sonrisa.

—Empecemos entonces.


Aprendiendo a Quedarse.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora