10.

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El timbre sonó y enseguida mi cuerpo tomó una compostura totalmente diferente, él tenía ese efecto en mí y ni siquiera lo había visto todavía, era estúpida la sensación pero se sentía bien. Fui hasta la puerta rezando para que todo saliera bien y cooperara. Abrí la puerta y estaba apoyado en la pared de costado, mi cuerpo vibró de emoción mientras lo inspeccionaba, tenía una campera negra y como siempre su capucha, pantalón negro ajustado y en sí, todo de negro. El negro hacía que sus ojos verdes resaltaran aunque sea de noche y parado así me daban ganas de perder la cordura. Tenía las manos en los bolsillos y se despegó de la pared cuando le hice seña para que pasara.

—Hola.

—Hola—dijo y besó la comisura de mi labio, entró y cerré la puerta viéndolo con el ceño fruncido. —esa es mía.

—Sí, pero ahora es mía. —dije por la campera que tenía puesta y si bien era suya me la había adueñado, ya que la tenía hace más de un mes y seguía su olor impregnado, tan varonil y protector por las noches.

—No recuerdo habértela regalado

—No me la regalaste, pero me la voy a quedar. —dije y él levantó ambas cejas aceptándolo. —Sinceramente no tenía ganas de cocinar y creo que la pizza es lo más práctico pero si sobrevivimos a esto y hay una segunda vez, prometo cocinar.

—Mientras no me intoxiques...

—Nunca, soy chef, jamás podría

— ¿Sos chef y vas a darme pizza?—preguntó sarcástico y yo rodé los ojos.

—Yo no sé lo que te gusta y vos tampoco sabes qué me gusta así que menos vas a poder saber si soy chef y sí, vas a comer pizza.

—Sería genial que me ayudaras, yo no sé nada de esto y si estoy acá es porque vos me lo pediste pero es en serio...ayudame, no me ahogues. —dijo mientras se sacaba la capucha de su campera después de revolverse el pelo. Respiré hondo y asentí.

—Ok, voy a encargar una pizza y vamos a hablar.

—No es mi cosa favorita. —musitó, pero de eso ya me había dado cuenta hace mucho tiempo.

Después de que encargué la pizza, nos sentamos en la barra de la cocina enfrentados. Él me miró y se revolvió el pelo.

— ¿Podes dejar de hacer eso?

— ¿Hacer qué?

—Eso del pelo. —le señalé con la mirada, entrecerró esos malditos ojos verdes tan hermosos que tenía y desvié los míos porque apenas si podía equilibrarme. —Bueno contame algo de vos.

—Empezá vos, yo sigo.

—Ok, ¿cuántos años tenés? Yo veintitrés.

—También.

Asentí y empecé a contarle de qué trabajaba y por qué me gustaba, también le conté mi sueño de tener mi propio restaurante y lo especial que era la cocina para mí, estuvo atento a escucharme sin preguntar nada más que mirarme y analizar todo, sus ojos no se desviaron de los míos y creí que realmente le interesa por la atención que me prestaba.

—Ojalá pudiera hacer todo esto en Comodoro porque tengo todo allá, pero acá hay más posibilidades.

— ¿Te fuiste a Comodoro estas semanas pasadas?

—Sí, nací ahí pero vine acá porque Ana siempre quiso vivir acá y desde chicas siempre prometimos vivir juntas y acá estamos, aunque es linda la ciudad todavía no es mi favorita. —hice una mueca y le di lugar a él. —te toca.

Aprendiendo a Quedarse.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora