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—Dos veces la misma historia—

La nieve le congelaba las puntas de los dedos, y era aún peor si corría a tal velocidad que podría hasta tropezar y hacerse daño, pero eso era lo de menos. No había pasado mucho tiempo desde que el comunicado le llegó en persona. El chico de apariencia emo, ojos rojizos como la mismísima sangre, y dientes de tiburón; informando sobre otro brote de locura en el hombre que alguna vez considero extrañamente amistoso. Lo había vuelto a hacer, volvía a hacer incoherente, sus acciones volvían a ser irracionales. Pero Mettaton había tirado la toalla desde la primera vez que sus atroces actos llegaron al punto en que las pesadillas se volvieron tan recurrentes, que dejaron ser considerada pesadillas. Y se convirtieron en sueños.

Tenía una misión clara. Escabulléndose entre la nieve y los frondosos árboles, hasta llegar a estar cerca del pequeño hogar, en medio del bosque, rodeado de oscuridad, tan alejado del pueblo que nadie podría escuchar a alguien gritar por ayuda. La sangre le helo, sus extremidades temblaron de solo pensar en ello, de solo recordar la mochila oculta en el closet del chico de apariencia emo.

Y el contenido, le provocaba nauseas.

No era de extrañarse que cosas horripilantes sucedieran aquí. Asesinatos, canibalismo, gente desaparecida. Pero lo que Horror había hecho, sobrepasaba los límites. Reducir un pueblo a un tercio de su población y reírse de ello, era algo de lo que debían temer. Luego de ese primer brote psicótico, el resultado de ello quedó oculto en el hogar de Mettaton. El cráneo del chico del que alguna vez estuvo enamorado, ahora estaba en una mochila. Aliza se sintió horrorizada cuando lo descubrió, pero ¿qué podía hacer? Horror había desatado su furia con medio mundo, incluido su hermano.

Las cabezas de sus víctimas, puestas en estacas por todos lados. Ambos se deshicieron de todas y cada una de ellas, pero Papyrus quedó envuelto en una mochila de tejido. En silencio. Deshaciéndose a su tiempo.

Y su mayor miedo, su peor pesadilla, estaba por ocurrir de nuevo. Solo que esta vez, tenía entendido que los afectados no serían ellos. Los pobres seres de un mundo paralelo, sufrirían de la ausencia de cordura en Horror. Y no lo entendía, apenas se había enterado de que existían otros mundos iguales al suyo, pero no tenía tiempo para ponerse a estudiar el tema. Ella no sabía en lo que se estaba metiendo.

Pero Horror tampoco.

Él no tenía limites, llegaría hasta donde ya no pudiera más. Y su furia recaería en mundos que ni siquiera le pertenecían, en seres que no lo merecían, y que ni le conocían. Y si Horror había encontrado la forma de viajar a través de esos mundos paralelos, y su mente coherente se desconectaba por un momento. Podría desatarse algo peor que una masacre interna. Ya estaba empezando.

Lo sabía gracias a Mettaton, y por ello estaba dentro de esa casa. Recorriéndola con pasos silenciosos, reconociendo todo a la perfección, confirmando que estaba completamente sola y que su plan podía ser ejecutado a la perfección. Sus manos tocaron las paredes de la primera planta, recorriendo cada centímetro, buscando alguna anormalidad en los tablones, una pared hueca, una puerta. Y la encontró.

Una asustada Aliza. Un confiado Horror. Una perilla el descubierto. Y una puerta teñida del mismo color que la pared.

Bajo llave.

Pero, había estado ahí por mucho tiempo, su vida dependía de saquear casas abandonadas y sobrevivir con ello. Trucar la sosa seguridad de Horror, no fue un reto para ella. Aunque, al empujar la puerta y tener vista de los tablones de madera, sintió un escalofrío y el instintivo impulso de salir corriendo. Recordaba la última vez que estuvo ese lugar, ese sótano, y los miles de cuerpos sobrepuestos descuidadamente unos sobre otros, recordar el repugnante olor le hizo sentir mal, pero era solo ilusión suya. Una mala jugada de su cerebro. Sacudió la cabeza eliminando todos esos pensamientos que no hacían nada más que distraerla.

Pensó en que el chico del que había escuchado hablar, debía estar esperando a que Horror bajara, imaginaba su expresión de angustia y la tensión en su cuerpo. Esperaba que su presencia lo hiciera calmarse un poco, pero para eso, primero debía calmarse ella misma. Se levanto del suelo, y sus pies descalzos y sonrosados por el frío tocaron el primer tabló. Rechinó tan alto que le hizo sentir como si estuviera bajando al mismo infierno. Ignoró la sensación y apresuró sus pasos hasta poder visualizar la habitación.

Tan limpia, decorada, con todo lo necesario. Lo consideraría una vida de lujo, pero no estando bajo tierra y viviendo al lado de un loco en medio de su brote psicótico. Dejó de pasear sus ojos por el cuarto y fue directo a mirar los inmensos ojos del contrario. Un fuerte violeta. Transmitiendo una tranquilidad tan falsa, que reconoció al instante. No supo que decirle, y Lust tampoco supo reaccionar.

El silencio fue testigo del alivio que ambos sintieron en esos momentos. Aliza apenas pudo articular las palabras, pero sabía que él no le preguntaría nada. Había esperado por mucho una oportunidad como esa.

Y cualquier oferta era bienvenida sin importar las consecuencias.

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