Capítulo 41.

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Presente
Ron se arrodilla ante el cuerpo malherido de Tolland.

– Venga, señor. Si lleva la espada a la fuente de energía a tiempo, el guerrero le sanará...

Tolland abre un poco los ojos y se lleva la mano derecha al pecho, que sangra con intensidad. Cuando se siente con fuerzas, susurra:

– ¿Ya está muerta esa zorra?

Ron sonríe.

– A menos que sepa respirar bajo el agua...

Le ayuda a levantarse, a pesar de que él también tiene una herida de flecha, y le pasa el brazo izquierdo por los hombros. Con el derecho recoge la espada del suelo y se encaminan por el sendero de rocas emergentes hasta el templo central. Al llegar, Henry se coloca de rodillas frente a la fuente de energía y coge la espada con las dos manos.

– ¿Sólo debo clavarla y ya? –pregunta con un hilo de voz.

Ron tose y responde, mientras asiente:

– Si quisieses resucitar a alguien en concreto, deberías lanzar algo de su pertenencia a la fuente. Si no lanzas nada, el que queda liberado es el guerrero, que es lo que tú quieres.

Tolland lo mira exhausto, reprochándole con la mirada que hubiese sido más fácil responderle "sí", pero no tiene fuerzas ni tiempo para echarle nada en cara; más aún cuando, sin él, ahora estaría muerto. Se limita a cerrar los ojos y a hacer descender suavemente la espada en la ranura. Ron observa como otro realiza su sueño. Por un momento se siente tentado de empujar a Tolland, meterle los dedos en la herida o directamente meterle una bala en la cabeza y ser él quien libere al guerrero. Pero descarta esa opción. Eso sólo demostraría que es un cobarde; mancharía su honor ante sus propios ojos, los de Dios y los del guerrero, y más adelante los de sus trabajadores. Además, ya lo intentó antes y casi pierde la vida, de no ser porque la pistola de Lara se quedó sin balas. Ahora estaba muerta; pero no importa. Sin Tolland y todo su ejército y su financiación al proyecto, no habría llegado muy lejos. Tolland empieza a transformarse. Su brazo se vuelve brillante, de unos tonos anaranjados muy extraños, que meses atrás cubrían su propio brazo. Ron sonríe.

Ray abate a otro soldado. Pero ellos son muchos, y ya han empezado a rodear el inestable tronco donde él está escondido, que recibe las incesantes ráfagas de disparos del blindado y su minigún. No sabe cómo ninguna bala ha perforado todavía el tronco. De pronto, una ráfaga horizontal abate a tres soldados. Se trata de Jamie, que se coloca tras un pequeño muro de piedra a medio destruir. Ray sabe que tiene que salir de ahí cómo sea. Respira hondo y corre hacia la posición de Jamie. Le disparan a sus espaldas, pero ninguna bala pasa lo suficientemente cerca de él como para alcanzarle. Una bala viaja en sentido contrario, proveniente de más allá de los árboles: Olivia. Llega hasta el muro y se agacha junto a Jamie.

– ¿Estás bien? –le pregunta Jamie, haciéndose oír por encima de los disparos de la minigún. Ray asiente–. ¿Y Lara?

– Bloquearon la entrada directa a la cueva. Subió a esa torre para ver si se podía descender de alguna forma. Espero que la haya encontrado...

Jamie dispara entonces, pero no alcanza a nadie.

– Tenemos que acabar con ese tío blindado... –dice Jamie.

– Yo me encargo de él, pero necesito que distraigas a todos los demás.

– Está bien.

Ray carga el rifle. Jamie suspira y se pone en pie, empezando a disparar a todos los soldados que tiene a su alcance. Ray aprovecha para rodear la escena y colocarse tras ellos. Abate a dos o tres y capta la atención del blindado. Luego, lo hace alejarse cada vez más hasta quedarse en un terreno abierto, con pocos árboles y lejos de los demás. Lo tiene justo donde quería.

– Grandullón... –le dice ladeando la cabeza.

Él apunta a Ray con su arma, y este lo esquiva hábilmente, dando vueltas a su alrededor. Cuando necesita cargar, Ray dispara a su armadura intentando encontrar una fisura, pero sin éxito. El blindado vuelve a repetir su ráfaga, pero Ray vuelve a esquivarla. Esta vez, cuando necesita cargar, Ray va corriendo y le golpea en las manos, haciéndole soltar un agarre de la minigún. Para obligarle a soltar el otro, le dispara repetidas veces en la mano. Finalmente el arma cae al suelo. El blindado, metido por completo en su armadura metálica, se agacha todo lo ágil que puede para recoger su arma pero Ray la coge primero y descarga todas sus balas en su pecho. El soldado es derribado, pero no muerto. Cuando se queda sin munición, Ray deja la pesada arma en el suelo. Entonces, de una patada, le quita el casco. Él clava sus oscuros ojos en su rostro y entonces desenfunda un machete. Ray se percata a tiempo y se aleja de la hoja del arma, mientras el soldado se pone en pie. Pero algo espeso le resbala por la mejilla: le ha hecho un corte. Mejor eso que muerto. Ray le dispara con su pistola, apuntando a la cabeza, pero falla tres veces. Y ya no tiene más balas. Ray busca a su alrededor un arma con la que poder defenderse. En el suelo, con aún un poco de nieve, encuentra una larga rama de árbol. La coge y se acerca al blindado. Esquiva los ataques de su machete y le golpea con la rama de árbol, pero no logra hacerle nada a su coraza. Esquiva un ataque y bloquea otro con la rama de árbol, que cruje ligeramente. Le pega una patada y le golpea con la rama de árbol en la cabeza, momento que aprovecha para arrebatarle el machete y hundirlo en su duro cráneo. El soldado blindado cae de rodillas y muere a sus pies.

Jamie se ve sobrepasado. Charlie llega de pronto a ayudarle, cosa que le pilla por sorpresa, pues se pensaba que se había largado. Pero ellos son muchos más. El jefe los lidera, y se nota que tiene experiencia en estrategia de combate. Pronto los habrán rodeado, y les dispararán de todas direcciones. De pronto una extraña explosión seguido de un rayo vertical naranja salen de la montaña.

– Oh no... –susurra Charlie mirando fijamente la luz naranja.

– El guerrero ha sido liberado –sentencia Jamie.

Henry se ha quedado sin iris ni pupilas. Ron se ha fijado en cada fase de la transformación, y quedarse con los ojos en blanco es lo último que le ha sucedido. Después de eso, se pone en pie y quita la espada de su ranura. Un aura anaranjada lo rodea, como una potente muestra de que aquel ser ya no es un humano. Menos aún Tolland. Ni siquiera conserva el mismo rostro. Es el guerrero. Es él de verdad. Ron se arrodilla.

– Señor, por fin está aquí.

Él ladea la cabeza y pregunta, con una grave y retronante voz:

– ¿Quién eres?

– Mi nombre es Ron Williams. Yo intenté liberarle hace unos meses...

El guerrero sonríe.

– Ya lo recuerdo...

Ron levanta la mirada, expectante. El guerrero se acerca a él.

– Gracias.

Y entonces mueve la espada en sentido horizontal, haciendo un sonido metálico suave pero agudo. Ron abre los ojos y lo mira suplicante. Se lleva las manos al cuello, del que la sangre sale a chorro y ya baña todas sus manos y su ropa.

– ¿Por... qué? –pregunta entrecortadamente, respirando sus últimas cantidades de oxígeno.

– Un mundo perfecto implica empezar de cero. Esa es una regla que debe ser igual para todos si quiero que esto funcione. Para todos.

Ron agoniza un par de segundos más y luego cae a los pies del guerrero, que apenas le dedica más tiempo y se pone en camino hacia el exterior de la cueva.

Tomb Raider. Fantasmas del pasado [editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora