Capítulo 1

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¿Quién no odia el instituto? Cada una de las personas en este mundo odia levantarse temprano para perder horas muy valiosas de sus vidas mientras escuchan hablar a los profesores. Bueno, aquellos que son los "nerds", no se quejan... Pero ¡vamos! Estoy muy segura de que ellos también lo odian. Y obviamente yo no me quedo atrás, es lo peor que existe.

Entro al edificio del instituto y como todas las mañanas, todas las miradas de las personas presentes en los pasillos se clavan en mí. Se puede decir que soy conocida y respetada, es decir, no soy mala con la gente, pero soy borde y por supuesto no tengo pelos en la lengua, digo lo que pienso, nunca me callo y eso no le gusta a la gente. Pero así me lo enseñó mi padre y así seré. Me da igual lo que digan o piensen los demás.

Aun sintiendo las miradas clavadas en mí entro al salón de matemáticas, no hay mucha gente, pero sí las suficientes personas para volver a notar las miradas. Ignorándolas me dirijo a mi asiento de última fila, dejo la mochila en el suelo y me dejo caer en la silla. Miro por la clase y todavía siguen mirándome. Lo odio.

       - ¿Tengo monos en la cara? –pregunto secamente. Todos abren los ojos y se giran a una velocidad admirable.

La profesora entra y comienza con la clase y como todos los días, mantengo la mirada en mis folios, apuntando lo que la profesora dice o escribe y dibujando cosas sin sentido cuando me aburro. Así me paso las tres primeras horas.

Me dirijo al comedor, me acerco a la comida, la elijo colocándola en la bandeja y me voy a sentarme en una mesa vacía que se encuentra al fondo. Empiezo a comer sola. La verdad es que no me molesta estar sola, bueno, en realidad sola nunca estoy...

       - Creo que la profesora de literatura me tiene manía. –levanto la vista de mi plato encontrándome con mi hermano.

       - Yo creo que todos los profesores te tienen manía. –dice su gemelo mientras se sienta a su lado.

       - Pues no sé por qué. –Fede niega con la cabeza.

       - ¿Puede ser porque te comportas como un crío? –le pregunto.

       - Yo no soy un crío. –se cruza de brazos y pone la misma cara que pone un niño cuando le quitan su caramelo. Benji y yo nos miramos antes de soltar una breve carcajada.

       - Claro Fede, eres todo un maduro. –nótese que me encanta el sarcasmo.

       - Sois idiotas. –nos señala con el cubierto.

       - Lo que tú digas. –le dice Benji para luego mirarme– ¿Qué tal tú día? –me encojo de hombros.

       - Como los demás.

       - ¿Sabéis qué? –Benji y yo le prestamos atención a nuestro hermano y los dos negamos con la cabeza– Se dice por ahí que... –y se queda callado.

       - Que... –le animo a seguir.

       - Que habrá alumnos nuevos. –medio grita. Miro de reojo por el comedor y sí, todo el mundo nos mira.

       - ¿Y eso qué me importa? –pregunto.

       - Que amargada eres, hermana. –le fulmino con la mirada.

       - Que infantil eres, hermano. –contraataco.

       - Que... –Benji le corta.

       - Callaros ya. Tú. –señala a Fede– Eres un infantil y tú. –me señala a mí– Una amargada. Pero igualmente nos queremos ¿no?

       - Claro que sí, por muy infantil y mandón que seáis, sois lo mejor que tengo. –admito.

       - Qué bonito. –dice Fede limpiándose una lágrima imaginaria. Niego con la cabeza mientras sonrío.

RecuérdameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora