CAPÍTULO 1

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Alma, la pequeña niña de rasgos Lumixens, estaba sentada junto a su madre comiendo de su helado; tan derretido como las esperanzas que la Vaca de Oro tendría para el dos mil diecinueve. Su cabello rubio opaco y sus ojos tan oscuros como la maldad, reflejaban la inocencia fingida que toda pequeña Lumix tendía a demostrar.

La niña seguía conservando esa expresión seria que solo al llorar cambiaba a una peor, y que de su padre pudo haber sido heredada. Fue criada durante los primeros años de su vida bajo el mando de un General más que importante de la organización de defensa para el Imperio lumínico.

A diferencia de otros veranos, en los que la familia Ferdplace se quedaba en casa para esperar una vez más a que el General volviera de la guerra, Anastasia decidió aprovechar el caluroso día y sacar a sus dos hijos a pasear.

El hermoso arrebol de verano se visualizaba desde la ventana de la heladería, con un tono rojizo y una impecable sutileza que encantaba a todo ser con la capacidad de amar lo simple de la vida.

— Vámonos, ya hemos tenido suficiente.

Desde que el General Héctor Ferdplace se había despedido de ellos hace dos años, Lewis había tomado el cargo de padre en la familia con solo diecisiete años recién cumplidos, creyéndose con el valor suficiente de mandar a todo el que pisara su hogar y no acatara las normas violentamente impuestas por su machista padre.

Lewis Ferdplace imponía tanta autoridad con su paso firme, que hasta Anastasia tenía miedo de no acatar sus deseos; Alma, a pesar de ser tan valiente, seguía teniendo el gen temeroso Lazuvense, proveniente de su madre, ese del que Lewis carecía contra todo pronóstico.

Ambas se levantaron y caminaron tras Lewis con la mirada baja para no despertar la furia que a este podría producirle el fastidio de oírlas hablar de sus banalidades.

Lewis era tan astuto como para saber que en el Imperio de Lumix no habían guerras, y que desde hace siglos no las hubo; era tan inteligente como para constatar con pruebas, que esa furia no demostrada que le tenía a su padre se debía a saberlo deslumbrado por una de esas mujerzuelas de la gran ciudad lumínica; dejándolos solos, a su merced, y con la excusa de estar en guerra contra Romanaik.

Su padre, al igual que muchos otros hombres, era solo un aprovechado; no como él, que buscaba ser ejemplo del bien para su madre y hermana, que desalentadoramente parecía sufrir de alguna enfermedad extraña que le impedía hacer cosas normales.

La niña estaba llena de traumas internos y miedos desesperantes, tenía pesadillas y siempre estaba seria; al despertarse Alma solía gritar advertencias para alguien inexistente, o bueno, todos siempre ven inexistente a lo que por ahora no es visible.

Alma aparentaba no tener un alma propia, más bien se creía que era portadora de la de otra persona, una que residía muy lejos de Fourgens y de la llamada realidad adversa.

Al llegar a casa Lewis las envió a ambas a dormir, sin importar que tan temprano fuese, y obedecieron; siempre con miedo de que él fuera a golpearlas como Héctor lo hacía.

Muchos años después, luego de toda la supuesta normalidad de dos mil quince, de seguro que Lewis no tendría que enviar a su madre a dormir porque ella con gusto lo haría por sí sola, la costumbre quizá. De todas formas, ya estando en dos mil quince esas cosas no sucedían por el miedo al irrespeto de la moral y el protocolo mismo.

Al igual que Alma su otra yo dio paso al sueño muy lejos de lo vivido por la pequeña, con menores recursos pero igual cantidad de descanso: nada.

Alguna vez fuimos juzgados por motivos diferentes y con palabras similares, sin notar que bajo la misma situación nos encontramos todos; en la desesperación absoluta, desesperación que muchos demostraron no sentir por el supuesto espíritu Lazuvense.

No era espíritu, era miedo; ceguera y sumisión gracias al aporte inexistente de cada ciudadano, manchado por más poderío sanguinario e inexorable.

La Gran Vaca de Oro tenía razón, somos hijos de una democracia sin sentido ni populismo, somos hijos de una vida que todo lo acepta y de un don que la nulidad votante expresa.

Somos parte de un pueblo súbdito de la búsqueda de derechos forzados a la irrealidad. El poder de cambio estaba solo en manos de Lena.

Sangre de mi Estirpe (#1 SDME)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora