CAPÍTULO 8

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Ramón Pecot, líder supremo y absolutista de una vida perturbada y llena de espíritu Lazuvencista.

Hace muchísimos años, mucho antes de que Lazuven empezara siquiera a ser el sueño de algún ambicioso de la edad media, el Árbol de la Esperanza perdió sus frutos y se impidió a sí mismo crecer hasta que la humanidad corrigiera sus errores más frívolos.

Ramón Pecot tal vez había logrado que el árbol se enfureciera y perdiera su propia fe; ahora este empezaba a encogerse.

Cuando Agatha Blair aún era parte del enredado camino amarillo de la existencia, podía acotar que su esposo era un infeliz criminal; que solo quería hacerle la vida imposible a todo lo que pudiese respirar y no se tratase de Vivy, la niña consentida de papá.

Agatha Blair estaba cansada de tanta penuria psicológica, de tanto mal que se le hacía al pueblo, y de que su niña hubiese sido atrapada por tanta vanidad paternal. Vivy no podía de ninguna manera ser feliz en tales condiciones; pero lo era, la muy fría disfrutaba de tanto mal que hacía, sobre todo a su madre; que odió desde muy pequeña.

Muy al fondo de su corazón, Vivy entendía que la oscurecida situación solo podía ser culpa de su nefasto padre; pero lo quería, tanto que ella misma pudo haberse inculpado por cometer un crimen tan grande como el asesinato de su madre, para que Ramón no pagara las consecuencias de algo que verdaderamente le tocaba.

A pesar de todo, Jenni Blair ya iniciaba, luego de dos años de cárcel junto a las más idiotizadas reclusas, su proceso de demencia y desequilibrio mental pero; ahora era peor, estaba enamorada.

Un policía perfecto como la seda y que podía volar por las noches, según ella; estaba parado siempre frente a su celda con las manos juntas detrás de su espalda, mirando a las demás pero nunca a ella.

Se sentía especial, amada por alguien que ni bien su nombre sabía, obsesionada por lo que creía amor y que en realidad solo era una especie de liberación de su mundo.

Todas las mañanas, antes de desayunar en el gran comedor para convictas, se peinaba de lo mejor que podía y ajustaba más su traje lila, típico de las cárceles Lazuvenses, para resaltar su figura.

El aire de tranquilidad fantástica, para llegar a tomar su comida, parecía interrumpido por sus propios lamentos al verlo tan cerca pero a la vez tan lejos.

Agradece haber matado a su hermana para llegar a tal lugar, lleno de alegría, libertad y paz; un mundo diferente de armonía desentonada y malentendida.

Cuando el disparo se escuchó, ella misma se sintió desfallecer; había matado a su hermana y ni presente estaba, fue su odio de seguro, su odio por verla tener felicidad y espontaneidad, algo que su soledad le había prohibido desde tiempos inmemorables alcanzar.

Cuando Agatha Blair respiró su último aliento, sólo alcanzó a decir en voz alta:

— Decapiten a la vaca putrefacta

Y luego cuando su cuerpo se desvaneció, volvió alzarse para pronunciar:

— Larga vida a la verdadera y pérdida ternera de oro.

Sangre de mi Estirpe (#1 SDME)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora