CAPÍTULO 9

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Con miedo y sigilo, Lewis se acercó a la habitación de su madre, tocó la puerta dos veces sin importar que tan tarde fuera y esperó a que ella le abriera. Al tener acceso a su morada, Lewis se pudo percatar de que no era el único con problemas para dormir.

—Mami...

Como era de esperarse... Y en una costumbre normal para una madre, Anastasia abrió sus brazos y esperó a que su niño ocultara la cabeza en su hombro antes de empezar a llorar.

—Perdón, perdón.

Parecía histérico; Anastasia llevaba años sin ver a su hijo actuar de un modo que no fuera despectivo y serio, esta vez parecía verdaderamente afligido. Caminó con él aún abrazado y se sentaron en la cama para mirarse de la misma manera que siempre, con amor.

—Mi niño... ¿Qué pasa?

Aún con lágrimas en los ojos, Lewis pasó a relatarle a su madre una verdadera y desdichada historia de amor ocultando el nombramiento de personajes reales.

Anastasia era una Lazuvense nata y con rasgos característicos, de cabello castaño y piel morena como la azúcar; carisma natural y rasgos tan finos y sutiles como los de un girasol hermosamente florecido.

Lewis era muy parecido a su madre, con el cabello igual de lacio y castaño, pero una piel más blanquecina parecida a la de su padre, que por el contrario, nació en Lumix.

La historia de Lewis era tan extraña y sincera, que ocasionó que la misma Anastasia estallara en gotas de lluvia salada y sentimental al saberse comprendida.

Entonces pasó, ambos se acercaron y juntaron sus narices; Lewis se asustó al ver algo que tanto deseaba casi pasar y Anastasia se prohibió el derecho de ver a un hijo enamorado cerrando los ojos.

Desde el inicio de un todo; cuando el sol y el espacio decidieron crearnos, y cuando posteriormente un algo nos hizo humano; el amor fue una de las verdaderas y más sinceras emociones, imposibles de ser eliminadas por cualquier ciencia o creencia.

La manifestación de algo tan bueno como la atracción desde siempre fue un tema de vergüenza, y humillación, pero algo tan sublime como una simple caricia debería, más bien, ser admirado.

Un beso.

No de esos que una madre da a un hijo, no de esos que un hombre da una mujer; más bien uno que promete fidelidad eterna, sincero y delicado como el roce del aire a una hoja perdida.

Duró apenas dos segundos, fue solo un acercamiento atiborrado en años de deseo desconocido.

El amor de dos simples humanos, solo eso.

Sangre de mi Estirpe (#1 SDME)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora