76 - Papel en blanco

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Sabía que no tenía el derecho de sentir felicidad, pero de mi interior brotaba un sentimiento agradable que volvía todo a mi alrededor tan perfecto. Frente al espejo miraba el collar que colgaba de mi cuello. Max me lo había comprado, y aunque era un diseño de mujer, él lo eligió para mí. No quería quitármelo ni para ir a dormir, pero lo guardé en su cajita con cuidado cuando me puse mi pijama.

Max se quedó en mi casa. Nuestras mamás nos dieron permiso para que pudiéramos mirar películas hasta tarde. Papá no se encontraba en casa, así que Max y yo podíamos amanecernos si queríamos. Llevé los dulces mixtos a la sala para comerlos juntos.

Miramos una comedia romántica después de cenar junto a mamá. Ella se quedó sentada en el comedor mientras pelaba pecanas. Max y yo disfrutamos la película sentados en el mueble de la sala. Nos reímos mucho por los infortunios de la protagonista al tratar de buscar el amor a sus treintas. La risa de mamá acompañónuestras risas durante toda la película.

Cuando la película terminó, mamá nos sugirió que nos fuéramos a dormir. Max aceptó de inmediato. Me sorprendí. Yo tenía deseos de ver otra película, pero sin Max no iba a ser divertido. Apagamos las luces y mamá nos dio las buenas noches.

—Veo que aún continuas tu colección de envolturas. Pensé que lo habías dejado —me dijo Max cuando me vio apilando las envolturas de los dulces para llevarlos a mi habitación.

—Sí, lo dejé, pero estoy volviendo a coleccionarlos otra vez —afirmé.

Cuando subimos a mi habitación le mostré el bonito álbum que mamá había hecho con mucha paciencia cuando cursaba el primero de primaria.

—Se ve diferente al desastroso que tenías —dijo sorprendido.

—Este lo hizo mamá —dije buscando páginas vacías para pegar las envolturas de diferentes colores—. Se ve como el álbum de un niño de primaria, pero me gusta. Mamá se esforzó mucho.

Max me ayudó a pegar las envolturas. Las tendimos en las páginas vacías del álbum y las pegamos con barras de goma. Su cercanía provocó que mis mejillas me ardieran con intensidad. No lo miré para que no se diera cuenta, pero bastó que Max esbozara una sonrisa descarada para hacerme entender que sabía de mis mejillas sonrojadas.

—Te lo quitaste —me dijo rebuscando bajo el cuello de mi pijama.

—Sí — afirmé un poco sobresaltado. El tacto de su piel se sintió muy cálida—. No quería que mamá se diera cuenta, además ya vamos a dormir. ¿Quieres que me lo ponga?

—No, ahora no, podrías lastimarte, pero me gustaría que lo lleves durante el día. Llévalo bajo tu camisa, nadie se dará cuenta—dijo acariciando mis mejillas.

Asentí. Su profunda mirada no me dejó razonar. Llevar el collar debajo de mi camisa escolar me pareció muy arriesgado, pero no me retracté, Max no me lo permitió. Él me dio un beso en la mejilla y me abrazó con ternura.

—Es tarde, vamos a dormir —dijo Max poniéndose de pie. Se acercó a la puerta y le puso el seguro.

Max dormía en una habitación diferente a la mía cuándo se quedaba en mi casa. Cuando éramos pequeños solíamos dormir juntos para acompañarnos, pero al crecer mis papás le habilitaron un cuarto para que se sintiera cómodo en su propio espacio.

—Me voy a quedar contigo —agregó acercándose a mí.

—A mamá no le va a gustar, ya no somos niños, además ella podría darse cuenta de nosotros —dije preocupado.

—No se va a enterar —Max me agarró la mano.

Compartimos las mismas cobijas tendidas sobre mi cama como cuando éramos niños. Cerré los ojos con la intención de caer en un profundo sueño a su lado. La distancia se acortó. Max envolvió mi cuerpo con sus brazos y beso mi cabello. Su calidez me convertido en una página en blanco sin remordimientos ni miedos. No recordé nada ni pensé en nadie, solo en Max. Dejé que mis sueños me transportaran a un paraíso donde cruzábamos un sendero tomados de las manos sin temor a ser juzgados por nuestros sentimientos.

Me comencé a permitir decisiones imprudentes a espaldas de mis padres, de mis amigos y de Cristal. El sentimiento agradable junto a Max se fue disipando con el pasar de los días y en su lugar la angustia fue incrementándose. Me volví más atento con Cristal. La acompañaba a todos lados, salíamos con frecuencia y le agarraba de las manos. Ella me regañaba con un leve sonrojo en las mejillas por haberme vuelto muy apegado, pero nunca me rechazó. No podía evitar todas mis atenciones cariñosas con Cristal delante de Max, quien parecía se inquebrantable, pero yo me estaba muriendo por dentro.

"Di que me odias", le decía a Max cuando nos quedábamos a solas, pero él me abrazaba y me decía que me quería mucho. Sentía que me iba a quebrar en sus brazos, pero su hermosa sonrisa me recibía sin reproches como lo prometió. No me reclamaba nada, no me mostraba ni un poco de incomodidad por nuestra situación a espaldas de todos. Me hacía olvidar, me volvía un papel en blanco a su lado, pero la angustia iba incrementando con el pasar de los días.

—Max, di que me odias, debes decirlo, termina conmigo—le pedí cuando regresé a casa después de salir con Cristal—. No puedo continuar engañándolos a todos. Ayúdame a terminar con esta mentira. No puedo mirar a Cristal, no te puedo mirar a ti...

Max no dijo nada. Se mantuvo en silencio mientras yo trataba de sentirme el más desgraciado para que me dejara ir, pero no dio un paso atrás. Max caminó hacia mí y me abrazó con fuerza. Su abrazo cálido me volvió un arrugado papel en blanco con confusos surcos que trataron de entregarse sin reproches. Dejé que Max me abrazara y besara hasta que mis labios se sintieron adoloridos.

—Caramel, te quiero mucho, no te voy a dejar ir —me dijo con su bonita sonrisa que me gustaba mucho.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |2DA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora