Botella uno.Como la rutina corresponde llegué a casa a las ocho menos cuarto. Tiré las llaves, saludé a los perros, abracé a mi mamá, me desvestí. Ya desde hace dos horas atrás estaba ansioso. ¿De verte? - sondeaba esa teoría en mi cabeza. La cena, el "comotefue" standard, el almuerzo del día siguiente, el proceso una vez más calcado a la perfección. ¿Llegará tarde? - Voy sumando inquietudes en el cuerpo como escamas. Me adentro a la cueva. Acto seguido la oigo llegar. Es un ruido estrepitoso y adorable. Ahora la inquietud es un golpe al abdomen lleno de nervios. "Voy a revisar algo en la laptop" - desenvaino una verdad disfrazada de excusa solo para verla. En ese pequeño rincón de la sala en modo francotirador la espero salir del baño.
¿Quieren vino? - Todos los habitantes salen al encuentro de su invitación. Ella tiene la habilidad subestimada de juntarnos a todos en el mismo lugar para conversar. ¡Salud! - su copa y la mía chocan, lanzándome su mirada volátil a quemarropa ¿Que intentarás decirme? - el Carmenere empieza a hacer estragos. Un sorbo, dos sorbos, y solo pienso en cómo sacarla de ahí para hablar antes de que la botella se acabe. “¿Bajamos?” - cinco minutos después la luna estaba tan adorable como su sonrisa. Me costaba verla de frente sin desarmarme. "Cálmate" - me arengaba hacia mis adentros.
Las cargas del día se iban soltando con cada fumada y su voz. Moría de frío pero no quería que se acabara ese pequeño instante. ¿Subimos? - nos dijimos el uno al otro con la sincronía de una marcha militar. ¡EL ABRAZO! - una voz en el pecho pareció reclamarme tal disposición. Entramos al ascensor que a esas alturas nos quedaba pequeño. La miré como buscando en sus ojos la dosis de valor que necesitaba. Como en un acto reflejo mis brazos se extendieron hasta a su cuerpo, y ella, con una media luna tierna en su rostro, se hundió en mi humanidad. Adiós frío, adiós cansancio, adiós rutina, adiós melancolía. Todos los fantasmas huyeron cuando ella me abrazó, como un sacerdote exorcizando todos mis demonios.
Pude sentirla y sentirme como hace tiempo no lo hacía en ese infinito minuto. Como si mis tristezas y sus tristezas se lamieran las heridas mutuamente, como dos gatos que se encuentran para sanarse.
Las puertas del ascensor se abren y nos regresan momentáneamente a la realidad. Solo un pasillo de menos de cien metros nos advertía el regreso a la cueva y al viejo sofá azul. Todo el espacio en mi pecho lo ocupaban mis ganas de abrazarla una vez más. La veo acercarse a la puerta de destino. ¡Hazlo! – una vez más el aullido de mi interior se manifiesta.
En un acto desesperado y torpe extendí mi mano para tomarla, ella dio un giro de 90 grados y nos quedamos tan cerca que casi pude besarla. ¡No, por favor! – el abrazo muere al nacer y escondemos la tensión con risas. -¿Quise besarla? – el eco de la interrogante me queda quemando en las entrañas. De manera premiosa intento aclarar la tensión que impulsivamente había provocado. Nos reímos y acordamos bajar una vez más para drenar con un cigarro. “Mi intención era abrazarte otra vez” – Le repito mi tonta morisqueta fallida.
De vuelta a la luna, Houston. Encendemos un nuevo cigarro para recomenzar. ¿Quise besarla? – insiste mi conciencia en la incertidumbre. Justo antes de la segunda fumada de nicotina, la realidad se asoma al balcón y me llama con señas de disgusto. “Debo irme”- le dije como quien se va sin hacerlo. La cueva ahora es una boca de lobos armando pleitos artificiales, mientras yo solo pienso en ella y su dulce abrazo, en la daga punzante de sus ojos, y en ese portal imprevisto que improvisamos en el ascensor. ¡Quise besarla! – ahora la duda se ha vuelto una maldita revelación.