Para M.
La distancia siempre ha querido
que yo la recuerde con desdicha,
con esa alegría agridulce y
monocromática
del que ve detrás de una vitrina
todo lo que se desea sin poder
conseguirlo
de recordarla como un acontecimiento
no documentado,
como una especie de accidente trágico
que se evitó.Pero su recuerdo
casi replicando la teoría de Darwin,
ha encontrado la forma
de adaptarse a todas las versiones
de la distancia.Y es que nunca los kilómetros
podrán talar el bosque de su sonrisa,
que el Amazonas es solo un plagio del mundo
a su boca,
y créanme que esos paisajes
no se olvidan nunca,
tanto así que
quisiera ponerle tu nombre
a todas las calles de Santiago.Aunque vaya,
eso sería deshonesto,
primero con esta ciudad
que no me pertenece
y me adopta
y luego contigo
porque ninguna ciudad
le hace justicia
a tu sonrisa.Supongo que en el fondo
tu eres mi Atlántis,
mi propia civilización
perdida,
y bajo esa tragedia
voy por la vida
intentado replicarte
en todas las cosas
que miro.Y eso significa, desde luego,
que voy creando collage con tus formas,
con tu figura frágil y llena de furia,
que entrar a un bar a la una menos cuarto
es lo mismo que entrar
al lobby de tu entrepierna,
y he perdido la cuenta de cuantos café
se me parecen a tu espalda semidesnuda.Pero tu también eres habitante
antes que ciudad
y te fuiste al descubrimiento de tu propia
civilización que no es mi cuerpo
y ahora eres más felicidad
que kilómetros
que puentes imaginarios
de melancolía,
ahora tu mirada es un letrero
de bienvenida
de otra ciudad
de la que, irremediablemente.
la habita otro
que no soy yo.