Esta noche he vuelto al limbo de la cama vacía.
Las gárgolas del silencio reposan sobre toda la casa, en un tumulto de gritos que no se oyen. El grifo del agua llora a cuenta gotas desconsolado. En efecto, después del huracan llega la pausa, ese tiempo muerto de la melancolía, ese interludio cruel del desamor. Siento su tristeza aun en la distancia, como un eco translúcido que se me mete en el cuerpo. No soy ni la mitad del tipo que quisiera ser, y no sabes cuanto pesa reconocerlo. Mi alegría es un ciervo que corrió para esconderse al oír disparos al aire. Mi alegría es sólo un simulacro de alegría, la fachada de un lugar que una vez existió para nosotros.Justo ahora es cuando mas necesito leerla, refugiarme en la guarida de sus palabras. No he hallado lugar más seguro en Santiago que el pasaje oculto de su líneas. Maldito el momento en que borré sus conversaciones.
Doce treinta y nueve. No puedo dormir. Pienso en ti y en ella, en ella y en ti. Como si mi cabeza fuese un televisor que solo sintoniza dos canales, cada uno con su programación propia. En un canal se reproducen escenas a blanco y negro de nuestra felicidad conservadora y popular. No hay sonido ni efectos especiales. Es una película de cine antiguo lleno de atardeceres y siestas domingueras.
En el otro canal, se reproducen en colores vivos y sonido surround escenas explícitas de sus pupilas café estrellándose hacia los míos, mientras vuela por los aires pedazos del deseo que nos aquieta en cada breve encuentro. Toda representación de ella pareciera ser un acto bélico, un atentado terrorista a mi serenidad. Suficiente. Estoy saturado. Necesito dormir. Apago la tele, apago mi cerebro.Pero, ¿dónde te apago a ti?