Tengo que admitirlo.
Pienso mucho en ti y en Valpo
en tu fijación con Frida y Queen
en tu sorprendente habilidad
para dormir como un cadáver
en todos los apodos que ninguno
te hace justicia.
en todas las botellas de vino que desconozco
y quisiera regalarte,
en todos tus hombres y toda tu hambre,
en tu soledad a las tres de la madrugada
en tu abrazo entre el piso seis y siete de nuestro secreto,
en tu risa fuerte y acústica,
en el encanto oculto cuando cocinas
en tu forma olímpica y dulce de inclinar el rostro cuando me miras
como queriendo que descifre el sudoku de tu silencio,
pienso en ti casi de reojo,
como queriéndome engañar de que te pienso,
como un obeso que se levanta de madrugada dormido a romper la dieta,
o un fulano que escucha disimulando la conversación de otros.
Pienso en ti y en tu melancolía,
en el lado oscuro de la luna de tus ojeras,
en lo mucho que extrañas los ojos de zeta,
esos ojos que son tu refugio más íntimo
esa única caricia que crees a ciegas.
tu lugar más seguro del planeta.
Pero también pienso en tu cuerpo,
en esa laguna que se forma cuando se arquea tu espalda,
y mis manos quieren sacarle música como a un violín nuevo,
en la gravedad espacial de tu lunar izquierdo,
en la energía cósmica de tu sonrisa,
- tu sonrisa es una galaxia repleta de utopías-
en la cordillera de tus muslos dulces,
hogar de duendes que me susurran canciones de deseo.
Si, tengo que admitirlo,
pienso en ti,
inquietamente en ti y en todos tus demonios,
en las criaturas marinas que crujen de tu pasado,
en el hachazo que siento en el pecho cuando me miras suavecito
como si acariciaras con dolorosa ternura
el lomo ancho de mi cansancio,
y solo quiero quedarme ahí,
acampando en la selva de tu regazo
en silencio,
no se como ni cuanto,
pero quedarme en ti.