¿A quién llamas abuela?

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Abrí los ojos y me di cuenta que estaba en el piso, no era común en mi caerme de la cama cual niño pero siempre había una primera vez para todo

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Abrí los ojos y me di cuenta que estaba en el piso, no era común en mi caerme de la cama cual niño pero siempre había una primera vez para todo. Me levanté y me sobe la nariz, me había golpeado bastante fuerte y probablemente me saldría un chichón en alguna parte, tendría que recurrir a mi pomada mágica.

Salí de mi habitación y fui al baño, para lavarme la cara y sobretodo, vaciar mi vejiga. En el camino de regreso me encontré con la abuela de Alicia, una señora amable que me agradaba bastante, todo lo contrario a mi abuela, a quien ni siquiera podía llamar como tal ya que según ella la hacía sentir más vieja, por ello siempre tuve que decirle Betty.

— Buenos días, Felipe. —Me saludó.

— Buenos días, ¿Cómo amaneció?

— Bien, gracias a Dios. —Sujetó mi mejilla—. ¿Qué te pasó en la nariz muchacho?

— Me caí de la cama. —Respondí avergonzado—. Me alcance a golpear un poco la nariz.

— ¡La tienes toda roja! —Exclamo preocupada—. Ven a mi cuarto, te haré un remedio para que no se te ponga morada.

— No se preocupe, me echaré una pomada que tengo y se me pasará.

—¿Para qué crees que existen las abuelas? Nuestras curaciones son las mejores. —Eso no podía negarlo—. No te pongas necio y ven. —Insistió.

La acompañé a su cuarto y me aplicó su remedio ultrasecreto, lo bueno era que tan pronto me lo esparció, el dolor disminuyo considerablemente.

— ¡Listo! Ahora si que estarás bien.

— Muchas gracias señora.

— No hay de que mijo.

— ¿Te peleaste con alguien mientras dormías? —Dijo una voz que era inconfundible para mi.

La Enana estaba recostada en el marco de la puerta viéndonos, con el cabello todo alborotado.

— Creo que no fui el único. —Me reí.

— Deberías peinarte más seguido querida. —Se burló su abuela—. ¡Tu cabello parece el de un espantapájaros!

Acto seguido, La enana trato de arreglarse peinándose el cabello con las manos, pero era imposible, tan pronto como trataba de alisarselo, cual resorte, volvía a estar igual de despelucado. Su abuela y yo no pudimos evitar reírnos mientras ella se ponía colorada.

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— Se nota que te llevas bien con tu abuela. —Mencioné en el trayecto a la escuela.

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