Capítulo 10: Impredecible

1.1K 68 23
                                    

(Narrador: Doia) 

Mi vida social, y la de mis amigos, se había reducido considerablemente en los últimos seis meses. Solo nos quedaba un año de instituto y necesitábamos notas altas para poder optar a una carrera universitaria. Yo aún no sabía cuál estudiar pero eso no me agobiaba, y gracias a Merlín, mis padres tampoco. Desde mi punto de vista, yo era la única que me encontraba en una situación delicada, porque mientras los demás sabían exactamente qué hacer y por lo tanto qué nota de media debían alcanzar para conseguir sus objetivos, yo iba a ciegas,  así que intentaba rendir al máximo dando todo lo que podía.

Había pasado una semana horrible llena de exámenes y aún quedaban un par de ellos para la próxima, pero necesitaba descansar, verdaderamente mi cerebro me pedía a gritos desconectar de los estudios al menos veinticuatro horas, sin interrupciones. No se lo negué. Me levanté temprano el sábado, nunca me había gustado estar en la cama más tarde de las nueve aunque eso no significaba que no lo hiciera de vez en cuando, sobre todo en verano. Me preparé un chocolate caliente y me aislé en el rincón favorito de mi habitación, mi biblioteca personal. Llevaba tanto tiempo sin coger un libro que no fuera del instituto, que sonreí en cuánto saqué el electrónico que había guardado en un cajón de mi librería. Me lo había regalado yo misma -con mis ahorros- para mi dieciocho cumpleaños en marzo. Tuve más regalos: uno enorme -y muy caro- de parte de mis padres y abuelos,  y el de mis amigos. No podía quejarme de ninguno de ellos, cada uno era increíble a su modo.

Al principio tenía mis contras sobre este tipo de formato pues amaba el libro en físico, el tacto de cada portada y papel en el que estaba imprimido, su olor… Pero son, para la desgracia de los lectores compulsivos como yo, muy costosos, cuando a la larga el electrónico sale más económico. Además, era molesto comprar un libro que no habías leído aún y que luego no te gustara, y no haber podido invertir el dinero en uno que sí. La capacidad de almacenamiento no me importaba mucho, era capaz de vaciar todo el desván –y nos tendríamos que ir de casa para que cupiera todo en las demás plantas-, y pedirle a mi padre que me construyera una biblioteca más grande. Todo era posible, poseía mucho poder de convicción, aunque Maya siempre me dijera que la razón sería que mi padre era demasiado blando para negarme nada. Bueno, puede que fuera cierto ¿qué culpa tenía yo?

La sonrisa se me apagó cuando aún con el cajón abierto, vi al fondo aquel pequeño cofre de madera que contenía el amuleto y que había guardado la misma noche que me lo quité hacía ya seis meses, en casa de Meiko. Todo lo que hubiera sido extraño desde que lo llevaba puesto, desapareció en ese momento, pero mis sentimientos por él no cambiaron; Suspiré y, después de posar el libro electrónico sobre la mesa de madera –entre los dos sofás-, lo saqué. Había pensando en aquel colgante todo ese tiempo y en la forma tan característica de hacerme sentir cuando estaba cerca de Nate. No me asustaba pero la noche que decidí guardarlo y olvidarme de él –de alguna forma-, lo hice porque creí que Nathan no merecía más atención que la que pudiera darle como amiga, y teniendo ese objeto le daba a él demasiado poder sobre mí.

Lo intentaba, ser solo su amiga, aunque a veces mis sentimientos me traicionaban y me pillaba a mí misma escribiéndole mensajes a horas pocos comunes o intentando crear una conversación con él cuando me aburría. Y como el amigo que siempre había sido –excepto el tiempo que estuve en Australia- me contestaba a cada uno de esos mensajes, demasiado pronto a veces y otras, desconsoladamente tarde. Dejé atrás a la niña boba que se había encaprichado, no volví a llorar porque no me correspondiera –qué estupidez me parecía en ese momento-, e intenté que sus palabras o actos no influyeran en mi estado de ánimo aunque no podía evitar sonreír cuando él me escribía porque, sí, a veces y sorprendentemente era él quién lo hacía primero.

Me gustaba la relación que teníamos en ese momento pues a pesar de cómo estaban las cosas entre todos, no dejábamos que nos afectara a nosotros. Por ello nunca hablábamos de por qué Maya se había distanciado poco a poco de casi todos -más de Donna y de mí- hasta no salir nunca con nosotros ni a penas mantener una conversación más de cinco minutos sin parecer distante, como si le hubiéramos hecho algo… No le había preguntado nunca el por qué quedaban solo ellos dos y hacían planes sin contar con nadie más, y aunque tenía mis sospechas, no me gustaba pensar en ello porque me hacía ver a mi mejor amiga –lo era aún a pesar de todo- la peor persona del planeta; Tampoco hablamos de cómo me sentí cada vez que Maya me rechazó cuando quise hablar con ella o de cuando se excusaba con que tenía mucho que estudiar o no le apetecía, cuando le rogaba que saliera a dar una vuelta. No le dije todas las veces que lloraba por estar perdiendo a mi mejor amiga y no saber cómo evitarlo. No le hablé de lo muchísimo que la echaba de menos, de cuánto la necesitaba, y definitivamente no le conté lo sola que me sentía sin ella. ¿Sobre qué conversábamos entonces? De nada y de todo en general. Nos bastaba con eso, al menos a mí. Buscaba cualquier motivo para que me prestara un poco de atención, y que, sin saberlo, me hiciera sonreír después de un mal día. Y me gustaba pensar que a él le ocurría lo mismo, que fuera lo que fuera, simplemente quería estar continuamente en contacto conmigo.

Prohibidos: Esclavos del tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora