Capítulo 2: Percepción

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Dormir en un avión realmente no era muy cómodo, excepto para aquellas personas capaces de quedarse dormidas sobre una piedra y despertarse como si hubiesen descansado sobre un colchón visco elástico. Me fue imposible encontrar una postura confortable así que dormí pocas horas. Sentí mis piernas entumecerse durante el viaje y me pregunté si podría sostenerme en pie cuando pisara Londres, andar sobre el estrecho pasillo del avión para ir al baño un par de veces no es que hiciera circular mejor mi corriente sanguínea.

Al final no me leí aquel libro del que le hablé a mi padre- no lo encontré cuando recogí mi habitación antes de irme- sino que cogí otro distinto, uno que me había comprado él, como la mayoría, y que aún no había leído. “Primera tumba a la derecha”

La extensa distancia que separaba la ciudad natal de mi padre, de Londres, me permitió terminar el libro antes de bajar del avión. Prácticamente lo devoré. Cuando era pequeña, mi padre solía regañarme por leer tan rápido. Me decía que me perdía muchos detalles, que no podía darme tiempo a saborear ni a disfrutar de las historias. No era cierto y no había cambiado; La trama de la novela me tenía intrigada y, estaba deseando llegar a casa y comprarme la segunda parte. Me divertí mucho con la protagonista, tanto que el señor que había sentado al otro lado del pasillo a mi misma altura, se quedó mirándome un par de veces cuando me reía sola.

Me senté junto al pasillo, con lo mucho que odiaba eso, porque mi madre se mareaba sino tenía su asiento junto a la ventana; mi padre estaba en el centro. Solíamos hacerlo siempre, mi padre en medio para apoyarnos sobre él si queríamos descansar. Era como nuestra almohada humana, y nunca se quejaba.

Cogimos un taxi del aeropuerto a casa y cuando llegamos, pasadas la una de la madrugada, yo estaba demasiado agotada como para pensar en otra cosa que no fuera el devastador sueño que me arrastraba a la inconsciencia. Subí las escaleras hacia la segunda planta casi con los ojos cerrados -dejando a mis padres con todo el trajín de las maletas- para llegar a mi habitación y dejarme caer sobre mi cama. Duré un minuto.

A mi madre le encantaba correrme las cortinas por las mañanas para despertarme así que a eso de las nueve me obligó a taparme la cara con la almohada para poder seguir durmiendo. Pero entonces me recordó algo: estábamos de vuelta en Londres y estaba a unos quince minutos a pie de volver a ver a mis mejores amigos. Eso era motivación suficiente para sacarme de debajo de las sábanas y levantarme de un salto. Con el pelo alborotado y la ropa del día anterior arrugada, corrí directa a darme una ducha. Cuando regresé a mi habitación, con mi albornoz y una toalla en la cabeza, mi maleta estaba abierta sobre mi cama. Resoplé mientras anduve hacia ella, mi madre quería que colocara todo antes de irme y decidí ponerme un chándal y hacerlo, porque lo cierto era que luego me apetecería menos aún. Además, necesitaba volver a disfrutar de mi habitación.

Estaba exactamente como la había dejado hacía dos años. Mi habitación era el lugar donde siempre podía ser yo, donde no tenía por qué esconderme de nada. Añoraba los ratos de soledad que solía pasar en ella sentada sobre uno de los dos sillones junto a mi enorme estantería blanca que se extendía hasta el techo, ocupaba gran parte de la pared derecha y doblaba la esquina para cubrir también una parte del muro de la entrada. En medio de ambos sillones había una mesa pequeña de madera, alta, dónde casi siempre dejaba el chocolate caliente en invierno para darle pequeños sorbos mientras seguía leyendo alguna novela. Amaba ese rincón, era mi escape del mundo, y amaba aquellos momentos en que lo compartía con alguien. Mi padre muchas veces se venía a leer conmigo -los dos nos encerrábamos en nuestro mundo sin molestarnos, así que gastábamos así mucho tiempo juntos-, y a Maya también le encantaba leer en mi rincón, le encantaba mi estantería y alucinaba con la pequeña escalerita que mi padre consiguió para que pudiera llegar a los libros que estaban en todo lo alto. Mi “mini paraíso” lo solía llamar yo.

Prohibidos: Esclavos del tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora