Capítulo 14: El despertar del guardián

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(Narrador: Nathan) 

Era la madrugada de un viernes. Había salido de casa para despejarme de los estudios y estar tranquilo, últimamente tenía a mi madre rondando por mi habitación más de lo habitual e incluso algunos días se comportaba de un modo extraño. No le daba importancia, quizás estaba preocupada por mí porque había empezado a fumar hacía un par meses y no le gustaba nada, aunque no trataba de impedirme que lo hiciera, o quizás fuese que me veía agobiado con los exámenes y un poco pasota con todo, más de lo que ya lo era.

Estaba solo, sentado en un banco del pequeño parque que había a pocos kilómetros de casa. Llevaba unos pantalones de chándal negros, unas deportivas blancas y la sudadera de Sidney negra que nos había traído Doia de allí a cada uno. Había subido los pies encima del banco, doblando las rodillas hasta la altura del pecho, y me acababa de encender el segundo cigarro.

Hacía frío pero la sudadera era muy cálida y no me calaba a pesar de que solo llevara una básica camiseta oscura bajo ella, sin embargo probablemente de la baja temperatura tuviera enrojecida la nariz como también los nudillos.

Había sacado de mi cartera la entrada del concierto de One Republic que no le pude regalar a Doia, y la miraba en mi mano mientras fumaba. Era increíble cómo un simple trozo de papel podía traerme tantas sensaciones...

Imaginé cómo hubiera reaccionado de habérsela dado y, sonreí porque la vi colgarse encima de mí y estrujarme fuerte, así era ella. Le di una calada al cigarro y expulsé el humo contra la entrada queriendo que aquella desilusión que me hacía sentir, se esfumara a su paso. Nada me hubiera gustado más en ese momento que hacerla feliz de aquella forma; Jugueteé con una esquina superior de ésta entre mis dedos, lentamente, notando las finas grietas en el papel producidas por el paso del tiempo. Me llevé de nuevo el cigarro a la boca mientras pensaba que quizás aquel desgaste fuera en parte culpa mía, la sacaba para mirarla más de lo que debería. Me tragué el humo y solo dejé que una mínima parte se escapara por mis fosas nasales. Cerré los ojos un instante, a la vez que volvía a llevarme el cigarro a los labios, para comprobar que había memorizado –de tanto observarla- cada palabra impresa en ella, aunque algunas letras incluso se habían llegado a borrar ligeramente. Eché la cabeza hacia atrás y esa vez, exhalé el humo al aire, preguntándome qué haría cuando todas ellas desaparecieran y aquel trozo de papel se quedara totalmente en blanco. Subí los párpados y me quedé mirando las estrellas. No era algo que tuviera que pensar pues estaba totalmente seguro que la seguiría guardando aún entonces. Porque de haber podido ir Doia, hubiera sido importante para ella hacerlo y por lo tanto también lo era para mí.

La echaba de menos de un modo peculiar, como si hubiera pasado la mitad de una vida a su lado y me hubiera separado de ella ahora. Era extraño porque jamás habíamos tenido algo parecido, y su amistad no llenaba ese vacío que -por pequeño que pudiera parecer- me hacía sentir que faltaba, que ella debía estar conmigo. Echaba de menos su calidez, aquella humedad que me abrumaba cuando estábamos cerca y esa sensación de darnos calor mutuamente que desaparecieron esa noche de finales de verano. Echaba de menos su sedosa y rubia melena entre mis dedos, como si constantemente hubiera podido acariciarla. Añoraba el roce de cada ápice de su piel que de ningún modo había explorado aún. Incluso llegaba a extrañar observarla mientras dormía, como si cada día durante una vida, hubiera dormido a su lado;  Y esa forma, en la que ella me hacía falta, me destrozaba.

Cogí la cartera que había dejado a un lado, junto a la pitillera y el mechero, y guardé de nuevo la entrada. Me puse el cigarro entre los labios y succioné a la vez que apoyaba la nuca en el filo del respaldo. Esta vez me tragué el humo haciendo distinguir perfectamente en el ambiente, el aire que espiraba por la nariz. Escuché entonces el ruido de unas zapatillas contra las piedrecitas que cubrían aquella zona del parque, pero no levanté la cabeza para mirar quién era, Vítor era la única persona que podría arrastrar los pies de esa manera.

Prohibidos: Esclavos del tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora