IV

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3 de Enero 2009

No podía estar más aburrida y cansada, ni en las cincuentas vueltas que nos hacen correr por semana en la escuela me sentía así.

Los deseos de mi madre acerca de salir de mi habitación, aspirar aire fresco, hacer algo productivo con mi existencia o sencillamente ayudar en la casa, estaban en contra de los míos, en especial cuando todo aquel "haz algo por una vez en tu vida" era una indirecta bastante sutil de "ayuda en la agencia de festejos de tus tíos". Admito que eso no lo vi venir.

— ¡Cariño trae más salchichas! — Vaya frase más habitual del tío Rony cuando preparaba barbacoa. Lo miré por encima de la manzana acaramelada que estaba masticando, su semblante era impaciente, sus ojos oscuros me hacían sentir como la ridícula adolescente de 14 años que era y la mano en su cintura lo convertía en una pose autoritaria.

Me levanté de la minúscula silla en donde estaba sentada y fui en busca del mandado dentro de la casa. Los niños correteaban alrededor de mis piernas con las pequeñas manos extendidas, las mejillas coloradas y cubiertos de colonia dulce. Me sorprendía que no quebraran más de un jarrón con aquellas vocecillas, oh, ahora que lo pienso hace ya mucho que no veo aquel gran objeto que antes iba sobre el piano de cola. Aunque la casa era rentada no creo que los propietarios dejen pasar los grandes desastres de los niños. El frío del refrigerador golpeó contra mis pómulos con aquel olor a carne, frutas y fritura, había al menos 5 tipos de salchichas y opté por llevar una de cada una, no pensaba volver si el tío Rony me decía que había traído la incorrecta.

Llegar a la barbacoa fue sinónimo de misión imposible, los legos, los peluches, los pequeños zapatos, las pelotas de goma, las tazas de té y alguna que otra muñeca, todo estratégicamente colocado en mi camino a la espera de ver una caída tremenda de mi parte. Le entregué sin mucha delicadeza las cosas a mi tío y para cuando quise sentarme en mi pequeña esquina con mi sillita aún más pequeña y seguir comiendo, mi tía chilló, digo, habló.

— Heli, ¿puedes ayudarme con los niños? — No mujer, no puedo, ni quiero, me encuentro mucho más entretenida respirando —Estoy exhausta, querida — Insistió, comenzando a abanicarse con la manos en un gesto dramático.

— Bien... — Dije de mala gana, caminando hacia aquel infierno lleno de toboganes coloridos y criaturas minúsculas y ruidosas.

La mitad de mi tarde se basó en "Cuidado", "Eso no se come" y "Deja de llorar". Realmente era yo quien quería llorar. ¡Pero pude controlar a 20 niños de siete años yo sola!. ¡Y sólo tengo el doble de su edad!. ¿Esto subirá puntos en alguna materia del cole?. Daba igual, sentía orgullo de mi logro y mi cuerpo comenzó a moverse al ritmo de una melodiosa canción que salía de entre mis labios, rápidamente comencé a recoger los envoltorios de dulces mientras aceleraba el ritmo de mis pasos. Era algún tipo de melodía infantil pegajosa que se había quedado enganchada en mi tímpano, la recordaba de comienzo a fin hasta que escuché carcajadas a mis espaldas. Eran ya las 7 de la tarde, todos los padres se habían ido ya con sus mocosos, se supone que los únicos en el establecimiento éramos Mandy, una energética chica pecosa, Matt que si soy sincera no está nada mal, mis tíos y yo.

Dejé la bolsa de basura a un lado y fui a curiosear. Asomé un poco la cabeza en el ventana, observando al alegre y guapo Matt conversar con un chico que era el tiple de atractivo. ¿Qué clase de genética angelical era esa y dónde podía conseguirla?. Ambos chicos reían mientras Matt se esforzaba en limpiar la mesa del comedor. Cada tanto el desconocido hacía caras raras a lo que Matt respondía con algún asentimiento y carcajadas a la vez que frenaba el movimiento de su mano con el trapo.

Me quedé hipnotizada por el sonido de sus voces y la confianza de los gesto del amigo de Matt. No me di cuenta de la presencia de mi tía sino hasta que la tuve encima y rápidamente tomé el trapo sobre mi hombro y simulé limpiar el cristal.

— ¿Donde está Matt? — Me preguntó, a lo que señalé a ambos chicos con la barbilla — Oh, ¿puedes decirle que ayude con las mesas? — Me dejó con las espesas palabras en la boca, dándome la espalda y sin quedarme de otra más que suspirar.

Antes de abandonar mi escondite di tres respiros, otros dos más y otros cinco más por si las moscas. Tomé el picaporte y empujé la puerta viendo como los dos pares de ojos se clavaban en mí.

— Eh...Matt, Martha te necesita para levantar las mesas — Ese era otro logro, hacer que mi voz no se rompiera.

— Está bien — Se secó las manos en el pantalón y me extendió el trapo — ¿Puedes terminar esto por mí? — Fruncí el ceño.

— No, tengo que recoger la basura — Me excusé, realmente odio trapear.

— Por favor — Juntó sus manos y puso puchero. Negué de nuevo con fastidio, yo era totalmente insensible a su cara de cachorro y de pronto su semblante se enserió — Diez dólares — Sacó un billete y yo alcé mi ceja.

— Quince y me ayudas con las bolsas.

— Hecho — Guiñó un ojo y se fue trotando antes de que el grito de Martha nos pusiera a todos alerta.

Amarré mi cabello en una coleta mal hecha, tomé el trapeador y empecé a trabajar. Estuve abstraída en las manchas del suelo cuando fui interrumpida.

— ¿Cuál es tu nombre? — Di un respingo y un mechón entrometido cayó en el puente de mi nariz. Ya había olvidado la existencia de ese ser.

— ¡Pensé que te habías ido! — Apreté con fuerza el palo en mi mano y me llevé la otra al pecho, donde mi corazón retumbaba con dolor.

— Pues no — Negó —¿Cómo te llamas? ¿o quieres que te recuerde como uno de los polluelos de Martha?

— ¿Polluelos...? —Rápidamente caí en cuenta de porqué nos apodaba así. Nuestros uniformares eran amarillos chillones –como la voz de mi tía- casi en su totalidad, desde la camiseta deportiva con el logo de la agencia a la espalda, la falda o pantalón hasta las converses, del resto las calcetas y cintas para el caballero eran blanca. Sí, pollos definitivamente —Soy Heli — Me encogí de hombros y continué trapeando.

— Steven — Me tendió la mano y me sentí avergonzada al acercarme —Un gusto.

— Igualmente — Estrechamos las manos mirándonos a los ojos y no pude evitar apartar la mirada de tales posos azul rey.

   El primer día en que te vi se convirtió en el día en que fui la persona más afortunada, ese día te veías graciosa con aquella corta falda amarilla y esa cinta blanca en tu cabeza haciéndote lucir tan pequeña y cómica, me burlaba internamente de ti, lo confieso. En el momento en que llegué a la fiesta aquel día, tenías más o menos siete paquetes de salchichas en tus brazos, tratabas de caminar entre tantos niños con la cara terriblemente contraída, quise ayudarte pero preferí ver cómo sufrías, era más entretenido. También te vi mientras tratabas a los niños, como corrías de aquí para allá persiguiendo a bebés en pañales para que no cayeran y te escuché maldecir mil veces por minuto, un record. Te observé siempre, cada movimiento, cada mueca, cada una de tus sonrisas y frustraciones.

Me di cuenta de lo acosadora que eras también. ¿Crees que no nos dimos cuenta de que nos espiabas?. Quisiera ver tu expresión ahora mismo, puedo apostar que tienes una mano en la frente y las mejillas sonrojadas queriendo salir corriendo.

Cuando nos miramos a los ojos supe que las cosas iban a cambiar. Tus mirada en la mía me hizo sentir extraño, mi corazón no dejó de latir sino hasta que llegué a casa con tu imagen atrapada en mi cabeza, esa imagen que no quería olvidar, esa imagen que no dejaría escapar de mi cabeza, esa imagen tuya tan dulce.

Te amo, Heli.

Quiero quedarme para siempre en tus recuerdos, así que no me olvides. Yo haré lo mismo.

-Steven Grayson

 

Para Quedarme En Tus Recuerdos. COMPLETA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora