VII

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25 de Enero 2009

Me senté en los bancos del gimnasio exhausta, sin aliento, sostenía mi envase de agua con una mano mientras que con la otra me abanicaba. Las piernas me temblaban y mi pulso latía con fuerza en mi sien, sin dejar que me concentrara en cualquier otra cosa. La última clase de la semana era deportes, la asignatura en la que iba tremendamente mal, no puedo durar más de un minuto trotando sin que mis piernas empiecen a dolerme. No odiaba los deportes, odiaba al profesor, un señor con una panza que se notaba que no hacía ejercicios de ningún tipo y con un silbato que hacía sangrar tus oídos.

Todos empezaron a recoger sus cosas e ir a las duchas, a unos metros estaba Steven con una toalla en el hombro revisando su celular, iba a acercarme pero una de mis compañeras lo hizo primero, era la misma rubia que le hablaba aquella vez con su sonrisa de oreja a oreja, rodé los ojos.

No caminé más de cinco metros para volverme a sentar en otro banco junto a otras cinco chicas, esperando que las duchas se desocuparan. Mientras esperaba veía a Steven conversando a gusto con la rubia, sentí algo raro en mi pecho, algo demasiado caliente, tal vez era la incomodidad de que él hablara con ella, cosa absurda. Luego de un transcurso de 15 minutos, el baño estuvo lo suficientemente libre de gente, antes de entrar Pau salió con dos trenzas, lazos rosados en las puntas y con una sonrisa en la cara como de costumbre.

—¿Ya te irás? —Le pregunté con la boca seca.

— Quizá en un rato, puedo esperarte —Se encogió de hombros y asentí mientras entraba apresuradamente a las duchas.

Luego de varios minutos estaba lista para salir, mi cabello chorreaba agua pero no le tomé importancia, Pau estaba afuera probablemente a punto de irse y no podría aprovechar el aventón hasta mi casa.

A tropezones me dirigí hasta las puertas del colegio, cruzándome con uno que otro alumno despistado. Me di cuenta que el cielo estaba terriblemente gris, las nubes esponjadas y oscuras, la luz del sol era muy tenue ahora y de pronto parecía como si estuviese anocheciendo. Arrugué la nariz en modo de disgusto y seguí mi camino con más prisa.

— ¡Pau! —La vi bajando las escaleras principales —¡Espera! —La rubia de ropa colorida se volteó, su expresión era un tanto decaída —¿Me llevas a mi casa? —Pregunté jadeando.

— No lo creo, mi madre llamó, iremos a su oficina hasta ésta noche —Hizo una mueca.

Eso significaba que mi casa no quedaba de camino, iría por otra ruta.

— Oh, bueno... Iré caminando —Hice un amago de sonrisa en mi rostro hasta que un trueno me sobresaltó de repente.

— Sabes que no tengo problema en llevarte pero est-

— No importa, en serio —Hice un mohín con la mano restándole importancia al asunto. Se escuchó una bocina así que las dos nos giramos —Ya es hora de irme... ¡Adiós! —Exclamó a lo lejos abriendo la puerta del auto.

Luego de eso giré mis pies a la dirección contraria y empecé a caminar, deseaba con todas mis fuerza que no empezara a llover en este momento, que al menos llegara a mi casa con la ropa seca.

Una gota cayó en mi hombro, seguida de otra que cayó justo en el puente de mi nariz, luego de muchas más que empezaron a mojar todo el camino y a mí, no me animé a correr ni a tratar de no mojarme ya que 1: no habían sitios donde protegerme del agua, sólo casas. Y 2: si trato de encontrar un techo de alguna tienda, ya estaré mojada. No obstante apresuré el paso, miraba sólo el suelo para que las gotas no molestaran mis ojos y se quedaran colgadas de mis pestañas.

Para Quedarme En Tus Recuerdos. COMPLETA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora