XVIII

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23 de Marzo 2012

—Estaré bien. —Contesté de forma vaga sin percatarme realmente de lo que me decía mi madre al teléfono, estaba mucho más concentrada en mi arduo intento por alcanzar una caja de galletas en un cajón muy alto para mí.

— De todas formas llegaremos en la mañana. —Murmuró como si se lo dijera a ella misma, convenciéndose de que no moriré por pasar la noche sola en casa. —Cuídate, cariño.

Dejé pasar varios segundos antes de dar una respuesta, di unos saltos con el brazo extendido hasta que suspiré— Igualmente ustedes, adiós. —colgué aún mirando la caja a lo alto, resoplé recostada de la encimera, llevaba como mínimo treinta minutos tratando de alcázar una tonta caja de galletas. Galletas con las cual pensaba cenar ésta noche.

Me rehusaba a cocinar, prácticamente tengo cierto temor a la cocina desde hace bastante tiempo por culpa de mi padre y su mala manía de mostrarme una receta que ni él mismo sabía cómo se hacía, ambos estuvimos a punto de quemarnos los rostros cuando una rápida flama de fuego erigió sobre la sartén. Él salió ileso, yo pensé que me quedaría calva.

Hablando de mis padres, sí, ésta noche ellos no estarían. Ambos se irían a entregar unos documentos en la segunda sede de la empresa fuera de la ciudad, cuando empezaron a trabajar juntos en el mismo lugar comencé a estar sola en casa más de lo usual, cosa que en parte no me molesta pero se siente extraño cuando tienes una casa en completo silencio sólo para ti. Aunque a veces mi mente me haga malas pasadas haciéndome imaginar que las cosas empiezan a hacer ruidos por si solas o que los peluches que están el ático cobrarán vida y se vengarán de ti junto a las viejas Barbies desnudas que por ser irresponsable perdiste sus vestidos y accesorios y... ¿Ven? Ya estoy poniéndome nerviosa.

Un bombillo se encendió en mi cabeza y automáticamente miré la silla que se encontraba a unos metros, vaya que soy tonta. Retomé mi actividad anterior pero ésta vez varios centímetros más cerca, extendí mi brazo izquierdo mientras que con el otro sujetaba la pared para no irme de boca tan directamente. La silla se inclinó por un segundo, las manos me cosquillearon y una alarma se encendió bruscamente en mi cabeza pero, de un movimiento rápido tomé la caja de galletas, o intenté, ésta cayó al piso igual que yo.

En cualquier otra ocasión el estruendo hubiera sido tal para alarmar a mis padres, escucharlos correr por el pasillo y ver sus rostros preocupados asomarse por la puerta y gritar un ¡¿Estás loca, Heli?! Con el cual frunciría el ceño, ya familiarizada. Pero evidentemente no lo fue en éste caso, el estruendoso ruido de la silla, la caja y mi cuerpo impactar con el suelo fue indiferente hasta para las dichosas Barbies desnudas en el ático. Me sobé la rodilla gimiendo como bebé a punto de llorar y a mi lado, la condenada caja había caído abierta, liberando una bolsa plástica que, ni migajas tenía.

— ¡Tiene que ser una puta broma! —Ironicé.

Ahora, ¿qué voy a cenar?

Levantándome adolorida del suelo, abrí malhumorada la puerta del refrigerador, no encontré nada que me sirviera en mi primer vistazo, es decir ¿Por qué solo hay plantas? Eché otro vistazo intentando identificar algún alimento con lo que yo no pudiera producir un incendio mientras la cocinara, lo intenté, lo juro. Leche, cereal, sandwiches, macarrones de microondas, un pedazo de tarta, una banana, pero no, nada de eso había, en mi hogar al parecer comíamos hojas como buenos herbívoros y no me había dado cuenta.

Cada vez sentía más hambre, cada vez me decía a mí misma que perdiera el miedo a la cocina con mayor recurrencia.

No me quedó de otra que salir y comprar comida para alimentarme a mí misma. Tomé un abrigo, mi dinero y cerré la puerta a mi espalda, el supermercado no quedaba tan lejos así que podía ir tranquilamente caminando, como lo había hecho veces antes. Mi zona era bastante iluminada de noche, no era un lugar que diera mala espina o que automáticamente te hiciera pensar posibles crímenes que te pasaran justamente a ti, además, por el hecho de estar tan cerca de un parque también daba cierta seguridad de tener al menos más personas alrededor.

Para Quedarme En Tus Recuerdos. COMPLETA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora