Chapter Four.

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"Peleados"



El piso de roble —si es que alguna vez lo había sido— de la capilla de mala muerte en la que habían terminado, estaba siendo víctima de las polillas. A la paredes les hacía falta un brochazo de pintura —casi gritaban por ser pulidas— y el techo era un emporio de arañas.

Pero lo que quizás nunca olvidaría de su boda era la colosal arruga del ministro. Un ministro—cabía decirlo— vestido de Elvis. Y aunque ahora todos aquellos detalles carecían de importancia, no podía evitar recordar las últimas cuatro horas.

Su cara lucía absolutamente exhausta... Si varios trenes le hubieran pasado por encima, apostaría cada centavo en su cuenta a que no se sentiría tan molida.

Basta ya de quejas. Se reprimió a sí misma un bostezo.

Y, aunque su único consuelo era saber que Michael se encontraba casi tan desgastado —quizás más— como ella.

Elvis la regresó al planeta tierra. –"Y tú...Valeria Zenón ¿tomas a... Michele Roda para serle fiel y respetarlo?"

Si el ambiente ya era lo suficientemente pesado, la cereza del helado había sido la pésima pronunciación de los nombres. Diablos, ¿quién se quejaba?, ¿Qué otra capilla estaba abierta a las cinco?.

Michael sintió ganas de reírse. La expresión en la cara de su "prometida", no tenía precio.

-"¿Tú, también?" Elvis lo interrumpió en sus cavilaciones.

-"Sí" Ahí estaba, la palabra que lo uniría a esta perfecta y bellísima extraña por un año. Sencillamente, no tenía planeado compartir cada aspecto de su vida con ella. Sólo una pantalla. Ella necesitaba una pantalla y no le había dicho la verdadera razón, ¿por qué él habría de ser honesto con ella?.

El acta de matrimonio apareció en un segundo ante la vista de ambos. Una pluma les fue otorgada a cada uno, y ambos no tardaron en terminar en todo aquello. Quizás, debería decirse, empezar toda aquella locura.

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Michael extrajo su zapato derecho de su pie, después de haberse sentado en la amplia cama que su esposa les había proveído. Ahora mismo, su esposa, sí, su esposa, estaba en el aseo.

No había dejado de hacer cavilaciones sobre el nuevo contrato que había firmado, uno que incluía las cláusulas más extrañas que nunca se hubiera podido imaginar.

La luz del baño fue apagada y sintió algo que lo hizo erguirse en su posición. Siempre se había imaginado que en su noche de bodas, la que sería su mujer saldría en una sensual prenda adquirida en una tienda de chucherías atrevidas, dispuesta a hacer todo tipo de cosas pecaminosas y a realizar cada una de sus fantasías realidad.

Quizás fue por eso que sintió tal desilusión al ver a la sexy Valentina en una niña de doce años.

Tenía el cabello suelto, algo alborotado, sin una pizca de maquillaje en la pálida cara, con un pijama de Barney, el dinosaurio. Pero si aún le quedaban las dudas de que se trataba de aquel personaje infantil, las pantuflas lo confirmaban.

De la coqueta mujer que lo había atrapado en las cadenas del matrimonio no quedaba ni el recuerdo.

Shaoran dejó caer sus hombros en señal de derrota. Esto no podía estar pasándole...

La escuchó bostezar y su último atisbo de esperanza se quebró –"Ah... Tengo sueño. Supongo que mañana nos espera un día largo¿no?"

Ante aquella frase, una pizca de esperanza volvió a restaurarse –"¿Mañana?" ¡Mañana sería otro día! Seguramente ella estaría demasiado cansada hoy pero mañana...

BAJO CONTRATO |MICHAENTINA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora