Chapter Two.

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"Encuentros"



Sin duda alguna, no había nada que la aterrorizara más que subirse a un avión. Desde la comida, hasta el mismísimo personal de servicio a bordo, le erizaban los pelos de la nuca y hacían que su piel se estremeciese.

Pero sin duda, nunca antes se había sentido tan asustada como ahora.

-"¿No es posible que me cambie de asientos?" .- Le inquirió nerviosa a la azafata que le ayudaba a colocar en lugar su equipaje ligero.

La joven simplemente sonrió, como si quisiera disculparse con ella.

¡Ella no necesitaba una disculpa, maldita sea! ¡Necesitaba un asiento que no tuviera una maldita ventanilla!

-"No, lo lamento señorita. Pero le recuerdo que puede cerrar la cortina...".-

Valentina no podía creer su mala suerte. Odiaba a las aerolíneas más que a nada en el mundo. ¿No se suponía que brindaban un servicio de primera clase?

Suspiró. –"Yo pedí expresamente que me dieran un asiento sin ventanilla...".- Pero no tuvo más tiempo de protestar porque la mujer se alejó sin decir nada.

¡La había dejado con la palabra en la boca!

Tomando una buena bocanada de aire, tomó asiento en el último lugar en que quería estar.

No había tenido nunca este tipo de molestias, desde que su padre había adquirido un jet privado. Maldito fuera él, por haberla metido en tal estúpido compromiso. ¡Y maldito Ruggero por enamorarse de Karol! Si no fuera por él, en primer lugar, ella sería la mujer más feliz de la faz del planeta, no una prófuga de su familia, y tampoco estaría a merced del terrible servicio que las aerolíneas prestaban.

Cerró sus ojos. Sabía que el viaje sería largo. Quizás para entonces, el avión se hubiera estrellado y ella moriría. Quizás así les remordería la conciencia tanto a su padre como a Ruggero por obligarla a casarse.

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Nunca se sentía tan cómodo en los aviones como quisiese. Y aunque este avión en particular, pertenecía a la familia Ronda, el conocimiento de encontrarse a miles de metros sobre la tierra, sin nada más que toneladas de aire frío entre la nave y el planeta, podía poner a prueba sus nervios de acero.

No le gustaba para nada tener que embarcarse tan a menudo, pero al parecer, aquella era la única actividad que había realizado durante el transcurso de esta semana.

-"¿Desea algo, señor Ronda?".- Le preguntó la asistenta de vuelo. Sin poder evitarlo, con su mirada recorrió las curvas de la joven que no debía tener más de una veintena de edad.

Tentador, pero no hace mucho se había metido problemas por dejarse llevar por los bajos instintos. Negó y despidió a la muchacha. Lo último que necesitaba era una virgen respirándole —mejor dicho, asfixiándole— en la nuca.

Dichos problemas que aún no había resuelto.

Tal y como había planeado, Malena se había distraído con eso de la "boda". Ya sabía que su inescrupulosa prima en el fondo, —muy en el fondo, tenía que admitirlo— también era una mujer. Y por lo tanto, romántica.

Pero pronto se percataría de que él no podría disponer del dinero de la herencia aún cuando se casara.

Gruñó. Qué bien lo habían conocido sus padres, aún cuando la muerte los había separado de él, en su temprana juventud. ¿Sabrían desde entonces que él sería un mujeriego empedernido en su adultez? Ésa sería otra pregunta que no tendría respuesta para Michael.

BAJO CONTRATO |MICHAENTINA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora