Capítulo 1

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¿Que si me arrepiento de lo que viví? No. ¿Que si pienso que fue un error haberlo dejado ir? Creo que eso aún tengo que decidirlo.

Lo echo mucho de menos, eso es innegable. Extraño hasta las cosas que más odiaba de él, pero creo que ninguno de los dos fue lo suficientemente valiente como para darse cuenta de lo especial que era lo que teníamos. Y supongo que fue precisamente nuestra despedida la que me hizo descubrir que finalmente había amado a alguien con todo mi corazón.

Fue hasta que su ausencia se hizo evidente y definitiva que pude entender lo que hace que una persona esté dispuesta a pasar el resto de su vida con alguien más, pero lo descubrí ligeramente tarde, algo así como cuatro meses después de haberle perdido la pista. Tarde. ¡Bien hecho yo!

¿Que cuánto tiempo ha pasado? ¿Uno, dos años? ¿Quizá tres? ¡Para qué me hago tonta! He contado cada uno de los días y sé con seguridad que son exactamente diecisiete meses, doce días y alrededor de tres horas desde que se subió a un tren que lo alejaría definitivamente de mí.

Al momento de despedirnos ingenuamente pensé, o mejor aún, me convencí a mí misma de que no me haría falta tenerlo cerca, pero el tiempo pasó y, poco a poco, me encontré echando de menos sus conversaciones, sus detalles, su afán de evitar pensar en el futuro porque no entendía completamente su pasado, la intensidad de sus ojos azules; incluso llegué a extrañar esas pequeñas cosas que me sacaban de quicio hasta el grado de querer mandarlo todo al demonio.

No he sabido nada de él desde que partió, pero no me sorprende nada haberle perdido el rastro. Se fue para poner tierra entre nosotros, y su fuerza de voluntad unida a mi obstinación, hacen que la decisión de decir adiós sea fuerte y, en realidad, inquebrantable.

¿Que cómo entramos uno en la vida del otro? Fue por accidente, o tal vez por casualidad.

Algunos meses después de que mi hermana se comprometiera con un hombre maravilloso que le prometía un fututo lleno de miel, decidí huir de casa. Lo hice principalmente porque los constantes «quisiera que tú también fueras así de feliz» de mi madre comenzaron a hacerse asfixiantes. Aunque dicho así: «huí de casa», suena un poco más dramático de lo que en realidad fue. Lo que hice fue enrolarme como voluntaria junto a un grupo de enfermeras que se trasladaba por seis meses a Londres para trabajar en un hospital de caridad. Tomé mis ahorros, me convencí de que mi decisión era muy buena, le deseé mucha paciencia a mi cuñado, y partí.

Necesitaba con urgencia poner distancia entre los preparativos de la boda y yo. Papá, no parecía precisamente contento, pero siendo el hombre sabio que es, se dio cuenta de lo difícil que estaba siendo para mí mantener un temple tranquilo ante los constantes acosos de mi madre y la empalagosa felicidad de mi hermana. Así que habló con algunos conocidos suyos y me ayudó a encontrar alojamiento. Eso fue lo único que le acepté.

Mi padre es un hombre rico, socio mayoritario y fundador de Brighton y Asociados, una empresa a la que ha dedicado gran parte de su vida y que le ha rendido muy buenos frutos; es mi persona favorita en el mundo y suficiente ha hecho ya con adoptarme, darme una familia y quererme, como para, además, andar solapando todas mis imprudencias. Acepté su apoyo para costear la renta de un departamento, pero lo demás corría a cargo y cuenta mía.

Prometí regresar unas semanas antes del matrimonio para ayudar con los últimos detalles y me alejé de todo aquello que me hacía sentir que mi vida no tenía sentido ni propósito definido.

Las primeras semanas en Londres, con un océano entero separándome de casa, fueron increíbles. Me sentía más turista que otra cosa. Mi horario de trabajo era fuerte, pero suficientemente flexible para consentirme la posibilidad de visitar museos, conocer callejuelas y sorprenderme ante cada nuevo descubrimiento que hacía. Por primera vez en meses me encontré alejada y ajena a la locura de «El Matrimonio», y me sentía emocionada, y libre, y feliz; pero poco a poco la novedad se fue disipando y con ella mis ahorros, así que para aprovechar las horas fuera del hospital, encontré un trabajo en una turística casa de té a la que acudía cuatro días a la semana. La paga no era mucha, pero al menos me servía para comprar comida.

Pura Imaginación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora