«Sostén tu respiración, cuenta hasta tres y pide un deseo...»
Muchas fueron las ideas que dieron vueltas por mi cabeza durante toda la cena, y cada una de ellas tomaba más fuerza cada vez que veía al primo francés y lo extraordinariamente parecido que era al príncipe; pero sin importar lo lejos que llegaran mis conjeturas, mis pensamientos volvían insistentemente a Stear, Albert y Anthony, sin poder esclarecer ¿qué demonios había sucedido? Porque, si mi príncipe era en realidad uno de los Ardlay, y no uno cualquiera, sino EL Ardlay, el más importante de ellos, el patriarca, el que se suponía tenía el poder de acelerar o frenar cualquier actividad del clan, el que había tenido la oportunidad de adoptarme e integrarme a su familia, el que se había perdido un día cualquiera en un safari africano sin dejar rastro alguno de su paradero y a quien la familia entera había estado buscando durante la última década; si en realidad Albert Grandchester, mi amnésico vagabundo-pirata-hijo-de-un-duque-príncipe-de-la-colina, era quien yo creía, ¿qué tan endemoniadamente ciego debió estar Stear para no reconocerlo? Sobre todo, después de que Albert y yo pasáramos una tarde entera con él en una de sus casas de Londres; viendo con él fotografías de la tía Rosemary; la única persona de su pasado a la que mi desmemoriado amigo había logrado a medias recordar y, ¡con los veinte mil demonios!, ¡Albert era prácticamente idéntico al primo francés hijo de la tía Rosy!
Anthony tenía sus mismos ojos azules, su misma sonrisa, algunas de sus expresiones eran iguales a las de mi príncipe, sus manos, su porte..., vamos, incluso su perfil era parecido. Está por demás decir que algunos de sus rasgos eran evidentemente diferentes: el rubio de su cabello era más claro, su tono de piel ligeramente más tostado, era unos centímetros menos alto, su nariz más recta, su barbilla menos recia y no tenía ninguna cicatriz visible; pero su semejanza era impactante. ¿Cómo pudo Stear no ver todo eso? Aun cuando el joven que tenía sentado frente a mí iba afeitado al ras y su cabellera era corta y pulcramente peinada; una barba y melena largas y desordenadas no podían representar una diferencia tan grande como para impedir ver lo similares que eran. ¡Maldición! Stear era miope y astigmático, sí, pero ¿cómo pudo ser tan increíblemente ciego? ¿Cómo había no visto lo que a mí me tomó unos segundos ver?
Yo conocí a Albert por unos meses, él debió haber compartido con su tío gran parte de su vida. Y si el príncipe era en realidad quien yo creía, no podía haber cambiado tan drásticamente en diez años como para que uno de sus sobrinos fuera incapaz de identificarlo después de pasar una tarde entera a su lado.
¡Basta! Si seguía así, pensando en tantas cosas y sintiéndome responsable de tanto iba a enfermar; de hecho, comenzaba ya a sentir el estómago estrujado y una náusea terrible.
Pero, ¡¿por qué Stear no lo había reconocido?! ¿POR QUÉ?
Lo único que logró a medias apaciguar el caudal de ideas que desbordaba mi mente fueron las palabras del mismo Anthony, quien, con copa de vino en mano, y un oui-oui recurrentes, me contó que lo hacía muy feliz regresar a Estados Unidos después de tantos años y ver a su familia de nuevo. Según él, había tenido la oportunidad de seguir en comunicación con sus primos, pero solo había podido ver a la Tía Elroy en persona desde que su padre decidió que su pequeña familia viviría en Francia tras la muerte de su esposa. No habían regresado a territorio americano desde entonces, ni siquiera para pasar sus vacaciones, y sus primos no habían podido ir a visitarlos porque era obvio que vivir rodeados de granjas ganaderas de la campiña francesa no era algo que los jóvenes de alta sociedad tuvieran permitido. ¡Qué feliz lo hacía ver lo bien que había crecido Archie! Y ¡qué triste se sentía de no haber podido compartir más que algunos escasos momentos con Stear!
Rosemary, su mamá, había muerto cuando Anthony era aún pequeño y los recuerdos que tenía de su familia eran escasos. No sabía siquiera si alguna vez había conocido a sus abuelos maternos, porque por lo que él sabía, ellos habían fallecido en un accidente automovilístico muchos años antes de que su mamá enfermara. Y su padre nunca le había hablado de ningún otro familiar directo. No recordaba tampoco haber conocido al desaparecido patriarca de la familia, y si se había dedicado a buscarlo era exclusivamente porque no quería desprenderse de su vida campirana para hacerse cargo de las empresas de la familia. No quería asfixiarse entre trajes y edificios, encerrado como un pajarillo, mirando desde su prisión de oro, el mundo libre y la naturaleza que tan feliz lo hacían.
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Pura Imaginación.
Fiksi PenggemarLa vida tiende a cumplir nuestros deseos de forma distinta a la que pensábamos. Y ahora al observar la fotografía que tengo frente a mí, me sorprende recordar la delicadeza de su mano al acariciar mi cuello; el calor de su frente apoyada en la mía;...