Capítulo 29

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La vida, esto lo he dicho incansablemente, no siempre es amable con nosotros. Y en ocasiones su crueldad hace que la parte más inocente, irracional y emocional de nosotros busque un rayito de esperanza dentro de la más cerrada oscuridad para ayudarnos a seguir adelante. Cuántas veces no hemos deseado que algo no hubiese sucedido, o que hubiese sucedido de una forma distinta, o en un momento diferente. Cuántas veces nos hemos negado a aceptar la cruel partida de alguien a quien amábamos con todo el corazón, porque sabemos que su ausencia será causa de gran dolor en nuestra existencia. Pero, la vida es así, dura, impredecible y en ocasiones cruel; y no nos da la oportunidad de negociar con ella. Una vez que la tragedia sucede, no hay forma de echarla atrás. Ni siquiera cuando deseamos con todas nuestras fuerzas que todo sea un sueño y en cualquier momento podamos despertar de él. Supongo que es por ello que muchas personas han invertido gran parte de su tiempo en buscar la manera de despertar de una pesadilla que no quieren seguir soñando. Y aunque yo no soy una de esas personas, sí he leído un poco acerca de los pasos a seguir para poder despertar cuando un sueño se vuelve más aterrador o extraño de lo soportable. Pero aquel día, por más que intentaba parpadear con fuerza, o encontrar los puntos más ilógicos de mi entorno, u ordenarle a mi cerebro que despertara, simplemente no podía hacerlo, y fue entonces cuando me di cuenta de por qué.

―¿Esto es real, cierto?

Había cambiado el llanto intenso, por un lagrimeo constante que eventualmente se detenía para dejarme en un estado semicatatónico, y lo único que había hecho que no me desmoronara por completo era la presencia constante de Albert. Silencioso. Tranquilo. Preocupado.

―Sí, Candy es real.

Su voz estaba llena de tristeza, pero intentaba darme un poco de consuelo.

Estábamos sentados en el sillón rojo de su casa, frente al piano, que como siempre, tenía el teclado irreverentemente descubierto. Sentí su mano sobre la mía y al momento de intentar regalarle una caricia de agradecimiento con la otra, me di cuenta de que tenía una taza tibia en ella.

―¿Quieres que te traiga agua en vez del té? ¿O quizá algo más fuerte?

Intentaba ocultar su preocupación, pero no lo estaba logrando. Negué con la cabeza y di un pequeño sorbo al agua, tibia y amarga, que tenía un ligero aroma etílico.

―Dime qué puedo...

―Stear está muerto.

Las palabras salieron de mi boca como un murmullo. Como una exhalación larga y dolorosa que había intentado contener por temor a que en cuanto escuchara esas tres palabras, esas seis sílabas, el ciclo del destino se sellaría finalmente y la realidad sería completamente irrefutable.

―La declaración oficial dice: «Perdido en Acción»

Corrigió Albert, pero no había un ápice de convicción en su voz. Dejé la taza de té sobre la mesita y con la mano libre y los ojos cerrados intenté con todas mis fuerzas contener un sollozo.

―La caja de música se rompió esta tarde y él... ―tuve que detenerme para respirar y evitar que el torrente de lágrimas saliera de nuevo.

―Su unidad notificó ya las bajas, Candy. El sitio de internet está de nuevo accesible

―Stear está muerto ―repetí.

Él suspiró pesadamente, como si intentara convencerse a sí mismo de que yo estaba siendo una tonta y una necia.

―Tu padre dijo...

―¿Mi padre?

¿Cómo sabía Albert lo que papá me había dicho si yo me la había pasado llorando sin ser capaz de articular frases inteligibles más allá de Stear y muerte?

Pura Imaginación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora