Papá siempre ha dicho que es mejor pedir perdón que pedir permiso, cosa que jamás concordó con lo que mi educada mamá opinaba, y en aquel preciso momento, con ese hombre mirándome fijamente desde el otro lado de la habitación, no terminaba de decidir si debía estar de acuerdo con la sabiduría paterna o con las amonestaciones de mi madre.
―Si alguien me hubiese dicho ayer que hoy tendría a una bella mujer tocando el viejo piano de mi departamento lo habría tachado de loco ―dijo con una expresión de complicidad y una sonrisa de medio lado.
―Lo lamento ―quizás papá tuviera razón―. No me di cuenta de lo que hacía. No estaba pensando con claridad ―intenté excusarme al tiempo que probaba a levantarme pero las piernas no me respondieron como debían. «¡Estúpidas y traidoras piernas!»
Me urgía recuperar un poco de mí mancillada dignidad. Herida, indefensa y desmayada sería un poco demasiado. Así que respiré profundamente, erguí la espalda y procuré aparentar una tranquilidad que no tenía.
―Lo sé ―dijo él con tono juguetón―, estabas en shock.
―¿Cómo dice?
―Eso era lo que murmurabas con insistencia: estoy en shock, estoy en shock, estoy en shock.
Hablaba con tranquilidad y diversión pero su actitud reflejaba que estaba listo para correr en mi auxilio si decidía desmayarme.
―Lo estaba ―dije ligeramente avergonzada, y para ocultar mi bochorno me llevé una mano a le ceja que me punzaba con fuerza aunque ya no sangraba.
―Lamento haber tardado tanto en volver, no recordaba donde había dejado el botiquín ―dijo levantando una cajita roja―. ¿Me permites acercarme y curarte?
―¿Sabe usted cómo hacerlo? ―La mirada intensa que me dedicó fue bastante elocuente.
No pretendía poner en duda sus habilidades, pero la enfermera era yo, y era la primera vez que alguien pedía mi autorización para acercarse a mí y socorrerme. Además estaba en shock y eso me consentía la facultad de ser tan simple como me viniera en gana.
―No soy un experto ―respondió sin perder su sonrisa y aún sin acercarse―, pero he debido aprender. ―Lo vi con algo de desconfianza.
Ahora que mi cerebro estaba trabajando un poco más como debía me daba cuenta de que estar a solas con un extraño no era del todo una buena idea.
―Por favor no me malentiendas ni te asustes ―dijo como si hubiese escuchado mis pensamientos―. Prometo que no soy un matón o una mala persona.
―No, señor. No tiene usted por qué explicar nada.
―¿Señor? ―murmuró levantando una ceja y soltó un bufido―. ¿Prefieres curarte tú misma? Si así lo deseas puedo traerte un espejo, o te puedo acompañar a un hospital, hay uno que no está muy lejos de aquí.
―Disculpe, no quería ofenderlo, es solo que...
―Estás en shock, lo sé. Y no te preocupes, no es tan fácil ofenderme ―dijo guiñándome un ojo―. Pero por favor, basta ya con eso de «señor». Sé que la barba me hace ver menos joven, pero estoy casi seguro de que aún no paso de los treintaicinco ―sonrió.
―Usted disculpe.
―¡Y seguimos con lo de señor! Pensé que la barba me daba un toque interesante, pero supongo que me avejenta ―sonreí viéndolo acariciar su rostro.
―No tanto ―dije con honestidad―. Es solo que me enseñaron a no tutear a los extraños.
―En ese caso, permíteme presentarme. Mi nombre es Albert ―dijo acercándose y extendiendo una mano ―. Por favor no me digas señor, ¿quieres?
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Pura Imaginación.
FanficLa vida tiende a cumplir nuestros deseos de forma distinta a la que pensábamos. Y ahora al observar la fotografía que tengo frente a mí, me sorprende recordar la delicadeza de su mano al acariciar mi cuello; el calor de su frente apoyada en la mía;...