Capítulo 9

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Como cualquier otro beso robado, aquel fue inesperado, apremiante e intenso. Su boca reclamó la mía con imperiosa exigencia y su mano se cerró contra mi nuca impidiéndome alejarme de sí (aunque no estoy segura de que eso fuera necesario), obligándome a colocar ambas manos con fuerza contra el sofá para evitar caer en vilo sobre él, y por un instante, solo por un instante, todo lo que nos rodeaba desapareció. No éramos más un hombre roto y la enfermera que lo cuidaba, éramos..., éramos..., no sé qué demonios éramos, pero tampoco me interesaba saberlo. Porque a diferencia de cualquier otro beso que me hubieran robado en la vida, este no parecía una locura ni me hizo sentir inadecuada, es más, el urgente roce de sus labios logró bloquear el constante traqueteo de mi cerebro, dejó mi mente en blanco y me concedió la oportunidad de sentir por primera vez sin analizar nada, y eso se sintió increíblemente bien.

Había algo natural en su gusto y su tacto, había algo que lo hacía sentir único y especial y predestinado y extraordinariamente mágico; pero como cualquier otro beso robado, terminó demasiado pronto, incluso antes de que pudiera comenzar a disfrutarlo de verdad.

―Perdóname, Candy ―se disculpó apenas se hubo separado su boca de la mía.

Yo no sabía que decir. ¿Tenía algo que disculpar? Me había sorprendido sí, pero no me había desagradado besarlo, no me había desagradado en absoluto, sin embargo tampoco me había pedido permiso para hacerlo, aunque siendo honestos, siempre he pensado que no hay nada que sofoque más rápido la anticipación de un beso que una solicitud de permiso.

Mi corazón latía con demasiada fuerza, mi respiración no lograba acompasarse, tenía toda una colonia de mariposas en el estómago y mis rodillas amenazaban con flaquear. Y no sabía qué decir. En realidad, estaba tan sorprendida que mi cerebro parecía haberse quedado en pausa indefinidamente y no lograba hacerlo reaccionar para mandar palabras a mi boca. Lo único que podía hacer era mirarlo mientras mis dedos temblorosos acariciaban mis labios.

―Lo lamento tanto, Candy. Yo..., yo no...

Entonces me di cuenta de que él no estaba bien. El beso a mí me había sorprendido, pero a él parecía haberle causado estragos. ¿Tan malo fue?

―Albert, Albert ―logré decir―. No tienes que disculparte. Me sorprendiste, eso fue todo.

―No debí hacerlo, Candy. No suelo hacer este tipo de cosas, te lo aseguro. Es solo que... ―calló. Su respiración era demasiado agitada y había algo en su mirada que comenzaba a alterarme de nuevo.

―Háblame, por favor ―pedí, acercándome a él y sosteniendo su rostro entre mis manos para obligarlo a mirarme.

―Por favor, vete ―pidió empujándose hacia atrás en el sofá, intentando alejarse de mí.

―¿Volvemos a lo mismo? ―pregunté haciendo un gran esfuerzo para parecer tranquila.

―Soy emocionalmente inestable, Candy ―soltó―. Seguramente el Doctor Leonard te lo dijo.

«Y también puedes ser un imbécil y además necio» pensé. Pero estaba enfermo y en ese momento no podía permitir que mi mal carácter le ganara a mis ganas de verlo bien. Quería que estuviera bien y fuera el caballero que con una mirada intensa podía iluminar mi día, no el muchacho maltrecho que con su inestabilidad lograba hacerme sentir pena.

―Sí, me lo dijo ―respondí con calma, aún sosteniendo su rostro entre mis manos―, pero eso no evitará que me preocupe por ti. No soy tan débil como para alejarme de ti por algo así. ¿Dime qué es lo que está pasando?

―Pasa que desde que te conocí mi inestabilidad se está acentuando ―dijo sosteniendo mi mirada, agobiado―. Pasa que no sé quién soy, y a medias había aceptado mi sino, pero desde el primer momento en que te vi has hecho o dicho cosas que hacen que mi mente entre en ese estado de alerta que siento cuando creo que puedo recordar algo, y no logro hacerlo, Candy, por más que lo intento no logro recordar nada. Yo...

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