Capítulo 36

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No fue un besó arrebatado y demandante. Pero fue completamente distinto a cualquiera de los otros que nos habíamos dado antes. Fue... fue... fue uno en el que venía unidos todos los que habíamos dejado de darnos. Todos los que nos faltaron durante tantos meses. Todos. Cargado de añoranza, reconocimiento, y amor. Y lo que lo hizo incluso más especial fue que volví a sentir esa deliciosa sensación de tener la mente vacía. Después de tantísimo tiempo todas las vocecitas fastidiosas, inoportunas, hostiles y mortificantes que habían estado atosigándome desde que dejé de verlo se quedaron en silencio, y eso fue increíblemente liberador. Porque así era todo de sencillo cuando estaba con él. Una caricia, una palabra o un beso me bastaban para hacer que el mundo desapareciera y, en ese preciso momento, con sus labios contra los míos, mi cuerpo cobijado con el suyo y una deliciosa paz, me quedé sin aire. Y él también.

―Si no te besaba ahora ―dijo con los ojos cerrados y su frente contra la mía―, me iba a volver loco. ―Había un ligero tono de disculpa en su voz―. Espero que..., yo...

Porque el tiempo suele tener también el efecto de dejar dudas flotando en el ambiente. Habíamos estado juntos por un par de meses y separados por casi dos años. Era normal que añoráramos la cercanía que alguna vez tuvimos, sobre todo cuando había sido (en mi opinión) tan buena; pero ¿y si habíamos idealizado lo que tuvimos, lo que éramos cuando estábamos juntos? ¿Y si las cosas habían cambiado? ¿Y si sí tenía responsabilidades a las que atender que le impidieran estar conmigo? Me daba miedo solo pensarlo.

¿Qué sucedería si las cosas ya no eran como antes? ¿Y si con su memoria había regresado también su buen juicio? ¿Y si sus temores habían sido ciertos y había prometido su vida a alguien más? Lo besé de nuevo esperando volver a callar las voces de mi cabeza pero ya no fue tan sencillo. El tiempo había sido mucho. Era comprensible que hubiera dudas por resolver y nos sintiéramos ligeramente alejados el uno del otro. Nerviosos. Y, además, era normal que no supiéramos si podíamos seguir tratándonos como antes. Que no supiéramos si después de tanto tiempo aún había un nosotros.

Su mirada, cuando volvió a abrir los ojos, casi preguntaba si podía seguir besándome y eso me dio la pequeña esperanza de que no tuviera responsabilidades que lo alejaran de mí, y de pensar que no había motivo alguno para no retomar lo que habíamos dejado inconcluso.

Él me había dicho que me amaba y yo estaba segura de que lo amaba a él. Estaba segura de que «nosotros en Londres», había sido real, pero teníamos que dejarnos volver a sentir la comodidad de la presencia del otro. Pasar tiempo juntos de nuevo. Acompañarnos, reírnos y querernos de nuevo. Así que respondí con una sonrisa y lo besé de nuevo.

―¿Así serán todas tus disculpas? ―pregunté separándome de él. «¿Así de fácil se podía volver a ser genuinamente feliz?». Él sonrió.

―Tal vez ―su sonrisa cómplice y pícara era una de las que más disfrutaba. Besó mi frente, luego mi mano―. Vamos, George espera ―reclamé un poco pero con una mirada dulce me dijo que ya tendríamos tiempo para ponernos al corriente con todo lo que nos hacía falta y solucionar dudas. Y, respondiendo a su muda promesa me puse de puntillas y posé fugazmente mis labios contra los suyos. «¿Qué había hecho yo para merecer ser así de feliz?»

Caminamos tranquilamente tomados de la mano, empezando a darnos tiempo para reconocer nuestra mutua presencia y disfrutando nuestro sutil contacto y cercanía, y, por absurdo que parezca, todos los meses de llantos y preocupación se desvanecieron. Así de fácil. Así de sencillo. Él había vuelto y era real. Ya no era más mi vagabundo-desmemoriado y autoproclamado pirata-hijo-de-duque, pero seguía viendo en él a Albert, mi Príncipe de la Colina. Aún tenía su sabor en mis labios, y su mano sosteniendo la mía. Y me sentía tranquila, completa y feliz.

Pura Imaginación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora