―Se tomaron su tiempo.
Así nos recibió en su departamento Terry Granchester, el actual y algo molesto hermano menor de Albert.
Extrañamente no sentí ni el más mínimo asomo de vergüenza al verlo, aunque era perfectamente consciente de que la primera vez que me vio no fue de la forma adecuada, pero ¡al demonio las primeras impresiones!
―¿Hiciste té? ―Albert como siempre al rescate, evitando situaciones incómodas.
―Como lo haría todo caballero inglés que sabe atender a sus visitas ―su tono dramático y ligeramente burlón, dejaba bien claro que su pasión estaba centrada en el arte histriónico―. Pensé hacer también un poco de café, pero supongo que ya no les hace falta el golpe de cafeína para terminar de despertar ―y que disfrutaba fastidiando a Albert, pero el rubio se mantuvo impasible, y su estoicismo me permitió estudiar un poco más a fondo a su hermano pequeño.
Sus facciones lo hacían perfecto para un mundo que tiende a engrandecer a las personas físicamente bellas: con un sedoso cabello oscuro que enmarcaba a la perfección a un hermoso rostro de piel blanca y ojos azules, sonrisa pícara y un aire de autosuficiencia; además de un cuerpo sumamente cuidado que con un arreglo pulcro y elegante, dejaban en claro que Terry debía ser el motivo de miles de suspiros adolescentes y no tan adolescentes a lo largo y ancho del mundo, porque ahora que lo veía, reconocí su rostro de las portadas de las revistas de espectáculos y el rumor de Terry Graham se hizo real.
―¿Y mis galletas? ―preguntó analizándonos a ambos desde el sillón en el que estaba sentado, tan ufano, tan él, sin mostrar siquiera un poquito de reserva.
―Están en la alacena. Donde siempre.
La actitud de Terry a mí me pareció un poco chocante y ligeramente engreída, pero Albert sonreía de oreja a oreja y respondía a la forma de ser de su hermano con paciencia y cariño. Como si de verdad fueran familiares que se conocen de toda la vida, o como un par de amigos que han vivido demasiadas historias juntos.
―Permítanme ir por ellas y servir el té.
Aunque no estaba avergonzada sí me sentía ligeramente incómoda y generalmente, aunque haya intentado bloquear esa parte de mi cerebro, cuando me siento un poco fuera de lugar o rodeada por desconocidos, regresó al rol social del que siempre he intentado alejarme: la mujer que sabe servir el té de forma adecuada.
―¡Por supuesto que no! ―dijeron ambos al mismo tiempo, Albert tomando mi mano para detenerme porque ya me estaba encaminando a la cocina, y Terry poniéndose de pie con aire ofendido.
―¿Dónde están tus modales Andrew? ―reprobó Terry con una sonrisa irónica mirando a Albert―. Recuerda que eres un caballero inglés, hijo de un noble y te tienes que comportar a la altura ―el príncipe río.
―Candy, este insolente muchachito es Terry, el hijo de Richard y será él quien nos sirva el té ―el aludido sonrió―. Terry, ella es Candy ―«así nomás» pensé, «Candy a secas», y Terry se dio cuenta.
―Terruce Graham, señorita. A sus pies.
Haciendo gala de sus dotes dramáticas se inclinó a besar mi mano, yo volteé a ver a Albert sin saber qué hacer, y el rubio, suspirando, se limitó a voltear los ojos y reír.
―Ahm, Candice Brigton ―titubeé―, un gusto..., señor Granchester, perdón Graham ― corregí―. Pero mis amigos me dicen Candy.
―Entonces, Candy, llámame Terry. Creo que después de lo que vi está mañana podemos ya considerarnos amigos ―y los colores se me subieron al rostro.
―Déjate ya de payasada, Terry y ve por el té ―interrumpió Albert dándole un empujón a su hermano y murmuró una disculpa en su nombre.
―¡Ah, el mundo moderno! Todos están tan acostumbrados a la descortesía, que no logran apreciar la fineza de la galantería y sinceridad inglesa ―recitó el muchacho entre sonrisas mientras se dirigía a la cocina.
ESTÁS LEYENDO
Pura Imaginación.
FanfictionLa vida tiende a cumplir nuestros deseos de forma distinta a la que pensábamos. Y ahora al observar la fotografía que tengo frente a mí, me sorprende recordar la delicadeza de su mano al acariciar mi cuello; el calor de su frente apoyada en la mía;...