Capítulo 13

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«No existe nada en esta vida que pueda compararse con la pura imaginación. Viviendo ahí serás tan libre como siempre hayas deseado ser».

Salimos del santuario de los tigres después de que Albert se hubo cerciorado de hacer que los cachorros jugaran un poco en un cajón lleno de aserrín que tenía un olor muy particular y penetrante. «Necesitamos borrar cualquier rastro de aromas que Melati no conozca para que no rechace a sus gatitos» dijo y una vez que la tigresa recuperó a sus hijos y se los llevó con ella nosotros dejamos el lugar.

Llovía.

―Quizá sea mejor regresar al santuario, Candy. No tengo ninguna sombrilla y mi oficina ―dijo divertido al pronunciar la palabra― está a unos cinco minutos caminando de aquí. No quiero que te mojes.

―Como tú quieras ―respondí pero mi estómago protestó de inmediato. Tenía hambre. Él rió.

―Había planeado una especie de picnic en los jardines, pero estamos en Londres y la lluvia no siempre está de mi lado.

―No te preocupes. La intención es lo que cuenta. Podemos volver adentro y esperar hasta que la lluvia amaine ―mi estómago no estaba en absoluto de acuerdo, protestó de nuevo y Albert volvió a reír.

―Por favor entra y espérame aquí mientras corro a buscar la comida.

«¿Sola?» pensé pero, no quería parecer cobarde frente a él.

―Vas a mojarte ―dije refiriéndome a lo que era obvio―. ¿Tienes sombrillas en tu oficina?

―No ―sonrió―. Odio las sombrillas, son peligrosas y siempre me traicionan cuando más las necesito. Prefiero mojarme a tener que caminar mientras lucho con ellas.

―Pues caminemos bajo la lluvia entonces ―propuse y saliendo del lugar comencé a caminar.

―Espera, Candy ―pidió.

―No pretendo dejar que te mojes solo.

―No, no es eso. Es solo que estás tomando la dirección equivocada ―respondió y comenzó a dirigirse al lado opuesto al que yo había elegido. Reí de mi torpeza y lo seguí.

Por un momento pensé que él intentaría correr para acortar el tiempo que pasaríamos bajo la lluvia (que aunque no era fuerte sí mojaba), pero caminó con paso sosegado durante el recorrido.

Me hacía muy feliz verlo tan tranquilo. Y sintiéndome contenta y cómoda a su lado, antes de que pudiera detenerme a pensar en lo tonta que me veía, comencé a jugar bajo la lluvia, alzando el rostro al cielo, dejando que las gotitas me acariciaran, tarareando pedacitos de canciones que se podían adecuar al momento y saltando como una chiquilla sobre los charcos.

Albert no se unió a mi juego pero reía ante cada nueva tontería que se me ocurría y en ningún momento se mostró incómodo al notar que la gente nos miraba mientras se resguardaba de la lluvia. Me sentía tan libre para ser yo misma estando a su lado que las críticas de la gente me importaban demasiado poco.

Llegamos a su oficina, que era un tipo de cabaña que desde fuera no parecía precisamente un lugar en el que puedas guarecerte de las inclemencias del tiempo, pero él era tan sencillo que no se veía avergonzado del espacio que tenía reservado a su trabajo. Me invitó a pasar y una vez dentro, de inmediato se dirigió hacia el baño de donde salió con un par de toallas, una con la que comenzaba a secarse el cabello (era divertido ver un montón de gotitas de agua brillando en su barba) y otra que me dio para que pudiera secarme también. Se disculpó por no poder ofrecerme un cambio completo de ropa pero me procuró una playera del zoo que olía a él y me dijo que podía dejar mis zapatos y sudadera mojados al lado del radiador de la calefacción para que se secaran.

Pura Imaginación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora